La primera obligación del ser humano es ser feliz. La segunda debería ser hacer felices a los demás. Ambas son parte de un todo, de tal forma que las dos se complementan recíprocamente. A la vista del empeño que ponemos en ser felices y del escaso éxito que conseguimos, uno no puede por menos de preguntarse qué es lo que hacemos mal para fracasar una y otra vez en el intento. ¿Equivocamos los medios que ponemos a contribución? ¿Seguimos un camino errado para alcanzar la meta? Lo cierto es que la felicidad se presenta como un bien esquivo, tanto que desaparece tan pronto como creemos tenerlo al alcance de la mano.
Quizás la solución del problema esté en saber lo que en realidad perseguimos. Si preguntásemos qué es la felicidad recibiríamos respuestas muy diversas y la mayoría de los opinantes no sabría como definirla. De ahí que las recetas al uso sean muy variadas y todas parciales. Para Freud consistía en amar y trabajar. A juicio de Camilo José Cela, todo se reduce a vivir tranquilo, sin culpas ni remordimientos. Ello no obsta para que cada quien tenga su concepto de ella y busque darle caza a su manera.
La noción más aceptada es que se trata de una especie de éxtasis de poca duración en el que uno deja de vivir en el pasado y en el futuro, ajeno a recuerdos y proyectos y casi sin sentir la realidad ni el paso del tiempo. Son momentos mágicos que hay que vivir intensamente y recordarlos después, que es como vivirlos de nuevo. En ellos se supone que el dichoso goza de buena salud, dispone de lo que desea y ha descubierto que la vida tiene sentido; por lo demás es absurdo que alguien diga que es feliz; todo lo más podrá decir que aquí y ahora respira satisfacción sin explicarse el porqué, una sensación que no sabe como retener.
Si bien la felicidad es un sentimiento personal, no puede realizarse si no es en un contexto social favorable, presidido por la justicia, la seguridad, y la libertad. Por tanto, si estas condiciones no se dieran, la satisfacción sería incompleta y manifestarlo parecería un acto de puro egoísmo. Es muy difícil por no decir imposible sentirse feliz en un mundo tan lleno de injusticia, dolor y miseria.
Ocurre que la felicidad es un manjar tan exquisito que pugnan por devorarlo un sinfín de predadores que llevan los nombres de odio, envidia, resentimiento, aburrimiento, dolor físico, tristeza, remordimientos, miseria, enfermedad, egoísmo, avaricia, temor, codicia, desamor, soledad, pesimismo, pérdida de autoestima y hasta la angustia que produce lo efímero de nuestra existencia.
Combatir a tantos enemigos da idea de cuan arduo es obtener la victoria, sobre todos. Conformémonos con eliminar en lo posible los factores negativos y mantener la esperanza de que la felicidad nos espera a la vuelta de la esquina aunque llegados allí se encuentre una nota que dice así: “Sigue buscándola”.
Quizás la solución del problema esté en saber lo que en realidad perseguimos. Si preguntásemos qué es la felicidad recibiríamos respuestas muy diversas y la mayoría de los opinantes no sabría como definirla. De ahí que las recetas al uso sean muy variadas y todas parciales. Para Freud consistía en amar y trabajar. A juicio de Camilo José Cela, todo se reduce a vivir tranquilo, sin culpas ni remordimientos. Ello no obsta para que cada quien tenga su concepto de ella y busque darle caza a su manera.
La noción más aceptada es que se trata de una especie de éxtasis de poca duración en el que uno deja de vivir en el pasado y en el futuro, ajeno a recuerdos y proyectos y casi sin sentir la realidad ni el paso del tiempo. Son momentos mágicos que hay que vivir intensamente y recordarlos después, que es como vivirlos de nuevo. En ellos se supone que el dichoso goza de buena salud, dispone de lo que desea y ha descubierto que la vida tiene sentido; por lo demás es absurdo que alguien diga que es feliz; todo lo más podrá decir que aquí y ahora respira satisfacción sin explicarse el porqué, una sensación que no sabe como retener.
Si bien la felicidad es un sentimiento personal, no puede realizarse si no es en un contexto social favorable, presidido por la justicia, la seguridad, y la libertad. Por tanto, si estas condiciones no se dieran, la satisfacción sería incompleta y manifestarlo parecería un acto de puro egoísmo. Es muy difícil por no decir imposible sentirse feliz en un mundo tan lleno de injusticia, dolor y miseria.
Ocurre que la felicidad es un manjar tan exquisito que pugnan por devorarlo un sinfín de predadores que llevan los nombres de odio, envidia, resentimiento, aburrimiento, dolor físico, tristeza, remordimientos, miseria, enfermedad, egoísmo, avaricia, temor, codicia, desamor, soledad, pesimismo, pérdida de autoestima y hasta la angustia que produce lo efímero de nuestra existencia.
Combatir a tantos enemigos da idea de cuan arduo es obtener la victoria, sobre todos. Conformémonos con eliminar en lo posible los factores negativos y mantener la esperanza de que la felicidad nos espera a la vuelta de la esquina aunque llegados allí se encuentre una nota que dice así: “Sigue buscándola”.
2 comentarios:
Por desgracia, no te falta razón al decir que la felicidad es esquiva y a menudo inalcanzable. Aunque por otra parte, si fuera fácil de conseguir, nos volveríamos vagos y conformistas, y como consecuencia nos estancaríamos e involucionaríamos. Primero como individuos, y luego como sociedad. Pero seguramente en ese caso, no nos importaría demasiado.
que opinion tiene usted, sobre la relacion inmigracion-paro? me ustaria que escribiera un artidulo dando sus ideas.
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