Naciones Unidas reunió en su sede de Nueva York de 6 al 8 de septiembre de 2000 a un número nunca igualado de jefes de estado y de gobierno bajo el pretencioso nombre de “Cumbre del Milenio” con el no menos utópico objetivo de trazar el rumbo de la humanidad en el tercer milenio. Más concretamente se trataba de estudiar el papel de la ONU en el siglo XXI y de adaptar sus principios y fines, establecidos hace más de medio siglo, a la situación actual, bien distinta de la que motivó su nacimiento. Como prometer no cuesta nada, los asistentes se marcaron el propósito de reducir a la mitad la pobreza mundial en el plazo de quince años.
Si diéramos crédito al comunicado oficial podíamos pensar que todos estaban dispuestos a transformar el mundo en una Arcadia feliz. Mas la triste realidad de hoy –que no será muy diferente a la de mañana- es el resultado de muchas promesas y buenos deseos anteriores expuestos por los mismos dirigentes o sus predecesores que quedaron en el olvido poco después.
Y como nos recuerda el dicho popular que “obras son amores y no buenas razones”, he aquí algunos ejemplos de que las palabras y los hechos van por caminos paralelos sin llegar a encontrarse nunca.
“Hay que adaptar la ONU a la realidad que tiene entre manos”, clamó el secretario general Kofi Annan, predecesor del actual Secretario, Ban Ki moon. Lo que ocurre es que los miembros permanentes del Consejo de Seguridad con derecho a veto no están dispuestos a renunciar a sus privilegios. “Aquellos que creen que podemos prescindir de la ONU no comprenden el futuro” (Bill Clinton). A pesar de este reconocimiento, EE.UU. adeudaba a la Organización las cuotas de varios años que ascendían a la sazón a 1.700 millones de dólares. Como era de esperar, los tres días de reuniones y conversaciones terminaron como el rosario de la aurora, o si se prefiere, como el parto de los montes. Para salir del paso, los asistentes firmaron una declaración de intenciones que a nada compromete, sobre todo porque nada se dice de quién y cuándo se han de aportar los medios que se precisan. Lo mismo o muy parecido a lo que salió de otras conferencias internacionales, es decir, palabras vacías que el viento se lleva. Mientras tanto, los 1.200 millones de personas que viven –es un decir- con menos de un dólar al día seguirán esperando en vano, como Lázaro, a que el rico Epulon le deje caer algunas migajas de su festín, y la ONU no sabrá como hacer frente al coste de las misiones de paz que el Consejo de Seguridad le encomienda.
Es fácil imaginar la decepción del secretario general, después de haber advertido que una declaración en sí misma tiene poco valor, y expresar su esperanza de que no se tratase de una mera declaración de principios sino de un plan de acción. Justamente lo contrario de lo que salió de Nueva York donde todo fue verborrea para la galería.
Con reuniones de este tipo ni se resolverán los problemas pendientes –que son muchos- ni se evitará que surjan otros nuevos y NN. UU. seguirán alejadas de los medios y los fines que constan en la Carta Fundacional. En tanto los gobernantes de las grandes potencias no cambien su mentalidad, el mundo seguirá estando mal con la ONU -y peor sin ella-.
(artículo escrito en septiembre de 2000)
martes, 17 de febrero de 2009
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