miércoles, 18 de mayo de 2016

Crisis de vocaciones



    Entre los muchos cambios socioeconómicos que se observan en nuestros días, quiero referirme aquí a dos de ellos que, salvo mejor opinión de los sociólogos, podrían tener un  origen  común y trascendencia parigual. Se trata de la sostenida y creciente caída de las vocaciones sacerdotales y militares. Mucho ha debido de cambiar la escala de valores de nuestros jóvenes para que no sientan la llamada al servicio de Dios y de la patria.
    Parece que hubieran transcurrido siglos desde cuando las autoridades del régimen de Franco proclamaban como paradigma del español el ser mitad monje y mitad soldado. Ahora, ni el traje talar ni el uniforme castrense seducen a los potenciales candidatos. Ejército e Iglesia se esfuerzan en adaptarse  a la nueva situación con diferentes medidas y ritmo desigual, sin conseguir en ambos casos los resultados apetecidos.
    Diríase que actualmente solo se acepta de buen grado hablar de derechos. En nuestra Constitución se enumera una larga lista de derechos y solo dos deberes: el servicio militar y el pago de impuestos. Con la profesionalización de las fuerzas armadas quedó en vigor el segundo de los deberes. Es manifiesto un claro rechazo a toda norma obligacional y se aceptan, sin embargo, los compromisos libremente asumidos y su rescisión a voluntad. Se observa tanto en la caída del matrimonio como forma de convivencia en pareja como en el auge de las ONG que se nutren de voluntarios temporales.
    El desapego de la misión y la milicia pueden ser germen de hondas transformaciones de cara al futuro, pues no hay que olvidar que estamos hablando de dos pilares fundamentales de la sociedad: el matrimonio y el servicio de las armas. A ellos se debió nada menos que la conquista y la evangelización del Nuevo Mundo por la acción paralela de la espada y la cruz. Ahora no pocos conventos se quedan sin novicios y el ministerio de Defensa clausura cuarteles y otras dependencias. Desechando la vieja creencia de que el servicio de armas es cosa de hombres, abrió sus puertas a las mujeres. El Vaticano, en cambio, no se aviene a la ordenación del sacerdocio femenino.
    ¿Cómo reaccionan ambas instituciones igualmente milenarias ante la dificultad de reclutar  a sus miembros? En primer lugar, con métodos de marketing. La Iglesia celebra el Domund anual y el Ejército emprende campañas publicitarias. Pero los frutos son escasos y si disminuyera el paro, es previsible que vaya mermando la cantera.
    En lo que coinciden el estamento militar y la  organización eclesial es en tender sus redes más allá de las fronteras. Por un lado se abre paso el reclutamiento de soldados inmigrantes y por otro  se remedian las bajas de la población conventual con religiosos y religiosas extranjeros  Es un nuevo aspecto de la globalización como ocurre con las plantillas de los equipoz de fútbol. Por este procedimiento podríamos encomendar buena parte de la defensa de la patria  a mercenarios –método en el que ya fueron expertos los romanos- al mando de jefes y oficiales españoles -o europeos, en su caso-. Como se ve, “nihil novi sub sole” como nos advierte el Eclesiastés.
    Por este camino se reservaría una vez más a los pobres el privilegio de servir de carne de cañón. Una ligera variante de lo que ocurría hasta bien entrado el siglo XX en que, quienes disponían de mil quinientas pesetas quedaban exentos de combatir a los moros en las montañas del Rif o a los mambises en la manigua cubana.
    De confirmarse la tendencia, no podremos escandalizarnos de que la salvaguardia de la patria y la de nuestras almas dependa del Tercer Mundo. ¡Quién lo diría! El asombro ciceroniano resuena  una y otra vez: “O tempora, o mores!"

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