sábado, 2 de enero de 2016

Las dueñas del mundo



        En los países desarrollados nos enorgullecemos de vivir en democracia, y así es en efecto, pero es menester aceptar que es harto imperfecta, si bien, de donde no existe, es mejor no hablar, porque la libertad, la justicia y el respeto a los derechos humanos brillan por su ausencia.
    Creemos que nuestros gobernantes tienen toda la legitimidad por haber sido elegidos por nosotros, sino todos, la mayoría, mas no somos conscientes de que tras las apariencias se extiende una serie de poderes ocultos, los llamados “poderes fácticos” (financiero, militar, religioso, etc.) sobre cuyas actuaciones no ejercemos control alguno, a pesar de que influyen poderosamente en nuestras vidas. Sus órganos de decisión adolecen de legitimidad democrática. Un ejemplo lo constituyen organismos públicos cuyos máximos representantes son nombrados por el Gobierno de turno (Banco de España, Comisión Nacional del Mercado de Valores, Comisión Nacional de Competencia, Tribunal de Cuentas, Tribunal Supremo, Consejo General del Poder Judicial, Fiscalía General del Estado, RTVE, etc.) Tampoco la jefatura del Estado debe su origen a la voluntad expresada del pueblo en el que reside la soberanía nacional sino al derecho de herencia.
    Hay otros entes que, sin ser públicos, ejercen notable poder sobre nuestro bienestar, y no tienen otros objetivos que los que ellos se marcan, consistentes en dominar los mercados para actuar monopolísticamente y así maximizar sus beneficios.
    Me refiero a las grandes empresas internacionales cuyas dimensiones son proporcionales a su capacidad de presión sobre los Gobiernos a fin de que adapten la legislación a los intereses de las mismas.
    En 1983, la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Consumo y el Desarrollo (Cnuced) llamó a las cien mayores “las dueñas del mundo”, y desde entonces nada ha cambiado ni han dejado de crecer por evolución natural y a través de fusiones y adquisiciones. Su valor bursátil que en 1993 era de 8,8 billones de dólares pasó a 16,19 billones en 2015, es decir, más de quince veces el PIB de España y más que lo que producen cada año Estados Unidos o la UE.
    Desarrollan su actividad en el mundo entero en los más diversos sectores económicos, poseen varios billones en activos en el extranjero y dan ocupación a millones de trabajadores.
    El dictamen a que llegó la Cnuced hace 32 años no deja lugar a dudas: “Se está formando un mercado mundial de empresas. Las compras y ventas de compañías internacionales alcanzan una amplitud sin precedentes”. A medida que aumenta la concentración disminuye la competencia, principio básico del libre mercado, porque cada vez es menor el número de sociedades que se reparte el control de los mercados mundiales. Frente a la dimensión planetaria de las empresas, la Cnuced avisa que “las autoridades nacionales apenas pueden hacerse entender”.
    Como era de temer, las conclusiones de la ONU cayeron en saco roto debido a la presión de las multinacionales que siguen creciendo de forma imparable. Para comprender su tamaño digamos que la capitalización bursátil de dos de ellas, norteamericanas, Apple y Google, supera el PIB de España, es decir, más de un billón de euros.
    Ser la primera en su sector significa acumular economías de escala, dificultar la entrada de nuevos competidores, crecer en cuota de mercado e imponer la línea de precios. Evaluar el poder de estos grupos es imposible, pero no intuir su capacidad de presión frente a las autoridades nacionales, sobre todo si éstas pertenecen a un país en desarrollo, ansioso de incrementar las inversiones productivas que creen puestos de trabajo. Si un Gobierno no se pliega a sus intereses, amenazan con la deslocalización a otros lugares con salarios más bajos y leyes más permisivas. España, y Vigo en particular, sufrieron recientemente ensayos de esta conducta. Al amparo de la crisis, la industria automovilística exigió y obtuvo una rebaja salarial bajo la amenaza de que en caso contrario, no se fabricarían nuevos modelos. ¿Podrían negarse los sindicatos?
    ¿Cómo frenar el ascenso de estos poderes ocultos? Siendo expresión del neoliberalismo vigente, las democracias, que serían las llamadas a poner freno a sus excesos, no han puesto esta tarea en su diana, como no lo han hecho tampoco respecto de la eliminación de los paraísos fiscales, colaboradores esenciales del auge de las multinacionales y de otras organizaciones al margen de la ley. No es un detalle menor que en EE.UU. reside  el 50% de las cien primeras y ese país aprovecha  la colaboración de las tecnológicas para recopilar información sensible útil a los servicios secretos, con flagrante violación de la privacidad de las comunicaciones.

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