domingo, 17 de enero de 2016

Buenas y malas noticias



Estamos tan habituados a que los medios de comunicación nos abrumen con relatos tristes, dramáticos o espeluznantes, que escucharlos o leerlos semeja un acto de masoquismo. Por ello reconforta el ánimo cuando, de tarde en tarde, se filtra alguna noticia refrescante que habla de amor al prójimo, de altruismo, de sacrificada entrega a los demás para recordarnos que el mundo en que vivimos es más que un páramo agreste donde solo suceden historias sórdidas y pasiones desatadas.
    El mundo está lleno de noticias buenas y malas, pero los medios de comunicación se empeñan en dar preferencia a las que interrumpen la normalidad, las que sorprenden por su imprevisibilidad, las que desafían nuestra capacidad de asombro. Que cada día aterricen puntualmente centenares de aviones que surcan los aires, a nadie interesa, pero que uno de ellos se estrelle o se incendie, causa impacto. Tal inclinación tremendista  por lo negativo  proviene de la literatura que nos han  regalado y siguen  regalándonos historias truculentas de amores desgraciados entre los que es inevitable mencionar a los amantes de Teruel, Abelardo y Eloisa, Romeo y Julieta, Werther, Ana Karenina, etc., en tanto que los idilios que han hecho felices a los amantes son sistemáticamente silenciados. No pretendo que se oculten o se silencien las desgracias, maldades y perversiones que tanto abundan. Solo deseo que los “mass media” busquen y publiquen con el relieve debido las buenas acciones que afortunadamente se dan incluso en situaciones donde la maldad se hace evidente. Así ocurre en un caso de rabiosa actualidad como es el éxodo de los que huyen de la guarra civil en Siria que sufren el rechazo y el trato inhumano de los traficantes de personas en su marcha hacia un país donde piensan ser bien acogidos. Es una triste realidad que debemos conocer, pero tampoco deberíamos ignorar la abnegada actuación  de ciertos colectivos como la Cruz Roja y diversas ONG que se desviven por mitigar el dolor  de los refugiados que lo abandonan todo para salvar la vida a riesgo de perderla en la travesía.
    Se considera como un dogma de fe que las buenas noticias no venden porque la bondad es aburrida. Esta opinión es avalada por los sociólogos de la comunicación al sostener que el mal tiene más posibilidades audiovisuales. ¿Tendremos, de verdad, tan embotada nuestra sensibilidad? De ser así, cabría preguntarnos que hacemos para evitarlo.
    Nadando contra corriente, un profesional de la información, el periodista Julio Campuzano, fallecido el pasado año, que dirigió el rotativo bilbaíno “Hierro”, al jubilarse en 1993 tuvo la feliz iniciativa de fundar una agencia de noticias positivas que transmitiría gratuitamente. Ignoro la suerte que corrió el proyecto, pero ciertamente, merecía el mayor de los éxitos.
    No siempre somos conscientes de que muchas acciones encomiables pasan desapercibidas. Sirva de ejemplo la concesión de los premios Príncipe de Asturias 1998 a siete mujeres que trabajan abnegadamente por sus semejantes, hambrientas de paz y justicia, y que sin embargo, hasta ese momento eran desconocidas por lo que solemos llamar “el gran público” debido a que su heroica labor no se realiza a la luz de los focos televisivos. Sus nombre merecen ser conocidos y recordados. Helos aquí; la mozambiqueña Graca Machel, la argelina Fatiha Badiaf, la guatemalteca Rigoberta Menchú, la sierraleonesa Olayinka Kos-Thomas, la afgana Fatana Ishaq, la somalí Somaly Man y la italiana Emma Bonino.
    Por el contrario, no merecen la atención que se les dedica a las aventuras y desventuras de personajes como Correa, Díaz Ferrán, Granados, Rato y determinados sindicalistas andaluces que nada pueden mostrar que sea digno de imitación. La sociedad necesita descubrir valores éticos que la alejen del egoísmo, la violencia, la avaricia y la barbarie y por ello sería deseable que los medios informativos no abdicasen de su función educadora, mostrándonos que en la jungla humana también crecen y trabajan seres bienhechores que con su ejemplo mantienen viva la esperanza de que en el mundo no todo está perdido.

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