lunes, 5 de octubre de 2015

El mundo que viene


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     Julio de 2015. Se inaugura en Tokio el hotel Henn na (Hotel Raro) en el que dos androides hablando uno en japonés y otro en inglés, con una sonrisa dan la bienvenida a los huéspedes y les indican las instrucciones que deben seguir. Se trata de uno de los más recientes testimonios de la era robótica en la que nos encontramos.
    Anteriormente hemos asistido a hechos tan asombrosos como los siguientes: La colocación en Marte de artefactos teledirigidos, y en este año uno de ellos se posó sobre la masa de un cometa. Ambos extraen muestras del terreno, las analizan y transmiten a la Tierra los resultados.
    En 1998 el ordenador Deep Blue II de IBM derrotó al campeón mundial de ajedrez Gary Kasparov. Se había probado que las máquinas pueden pensar con más rapidez y acierto que las personas.
    El año 2015 Google construyó un automóvil que recorrió millón y medio de kilómetros sin conductor y sin sufrir ningún accidente.
    Por último, por no alargar la lista, tenemos los drones (del inglés drone, zángano) que sin intervención humana desempeñan las más variadas tareas, incluida la de llevar a cabo asesinatos selectivos a distancia.
    Los primeros robots se construyeron para realizar trabajos mecánicos rutinarios, nocivos o peligrosos, pero con el tiempo han ido ganando terreno para sustituir la acción humana en operaciones cada vez más complejas. La primera en aprovechar las ventajas de los robots fue la industria como puede verse sobre todo en las fábricas de automóviles, pero el desarrollo de sistemas autónomos funcionales ha ido ampliando su uso de forma exponencial en otras ramas de la actividad económica. Como la actividad productiva busca aumentar la productividad del trabajo para mejorar la competitividad, se tenderá a extender el empleo de sistemas automáticos porque éstos no piden aumento de sueldo, no causan baja por enfermedad y no reclaman vacaciones.
    Los logros ya alcanzados en robótica, informática e inteligencia artificial y dada la rapidez con que se producen los avances científico-tecnológicos, no es aventurado pensar que tendremos medios de transporte (automóviles, trenes, barcos y aviones) programados, sin presencia de conductores, sistemas de cultivo agrícola con escasa presencia del factor humano, la automatización de la medicina y cirugía e incluso, una nueva forma de guerra en la que las fuerzas militares serán sustituidas por armas inteligentes autónomas guiadas a distancia.
    Ya se plantea que los robots lleguen a reproducirse con el peligro de que se rebelen contra sus creadores. Es un horizonte que ofrece rasgos de pesadilla. Guerra de autómatas guiados a distancia desde ordenadores. Contra ellos, la defensa consistirá en destruirlos en el aire  o la anulación de  los receptores de comunicaciones por medio de ondas electromagéticas (guerra cibernética). Esta es la preocupación de los estados mayores  de disponer de nuevas armas que pronto quedan obsoletas y perfeccionar los sistemas defensivos.
    Aún cuando, por lo general, los inventos buscan favorecer el bienestar, el uso que se ellos se hace depende del propósito con que son manejados, y por desgracia, con frecuencia se convierten en armas de guerra sin la menor consideración ética, cual sucede con los frutos de la inteligencia artificial.
    Precisamente este enfoque dio lugar a que más de mil científicos y expertos asistentes al Congreso de Inteligencia Artificial celebrado en agosto en Buenos Aires, firmaron una carta abierta  contra el desarrollo de robots militares autónomos que prescinden de la intervención humana para su funcionamiento, que supondrán una tercera revolución bélica después de la pólvora y la bomba atómica. Los firmantes advierten que “solo es cuestión de tiempo que esta tecnología aparezca en el mercado negro y en manos de terroristas, dictadores y señores de la guerra” y proponen “rechazar de forma clara las armas autónomas sin control humano”.
    Por ello es de prever que una nueva rama industrial de gran desarrollo será la fabricación de autómatas, tanto de usos pacíficos como militares para dotar a los ejércitos de robots ofensivos y defensivos. Estaremos ante la última versión de la vieja lucha entre la espada y el escudo.
    Ya no es solo un tema de ciencia ficción sino un supuesto posible la fabricación de máquinas que se reproduzcan. Llegados a este punto cabe imaginar que máquinas con capacidad de pensar se rebelen contra sus dueño. Ciertamente, la digitalización de la información nos dará sorpresas insospechadas. Todo apunta a que nos enfrentaremos a medio plazo a  un mundo desconocido con rasgos de pesadilla. La privacidad es ya hoy un valor a extinguir. Hasta ahora las máquinas pueden escoger entre opciones programadas en supuestos planteados por nosotros pero no decidir sobre que asuntos tratar, es decir, pueden dar respuestas pero no hacer preguntas.
    Los efectos de la progresiva robotización se notarán en todas las actividades humanas. Tanto la economía como la cultura, el ocio y la sociedad entera como las guerras se transformarán y sufrirán las consecuencias de las nuevas formas de matar, ya que no es previsible que se invente algo que acabe con los conflictos militares. Este último aspecto es el más inquietante.
    En un Congreso Internacional de Inteligencia Artificial celebrada en Buenos Aires en agosto, más de mil científicos y expertos suscribieron  una carta abierta en la que advierten que “es cuestión de tiempo que esta nueva tecnología aparezca  en el mercado negro y en manos de terroristas, dictadores y señores de la guerra” porque “son ideales para asesinatos, la desestabilización de naciones, el sometimiento de poblaciones y crímenes selectivos de determinadas etnias!” y alertan que “ empezar una carrera de armas de inteligencia artificial es una mala idea”.
    En el aspecto sociolaboral el empleo de robots autónomos sin intervención humana es una de las causas del paro estructural, sobre todo en labores de poca especialización. Los trabajadores que manejen las máquinas y gestionen procesos complejos serán pocos y bien retribuidos, pero los que posean escasa formación se encontrarán en ocio forzoso y verán recortados sus ingresos. El resultado será un agravamiento de la desigualdad entre ganadores y perdedores.
    Los resultados de la evolución prevista actuarán en beneficio del capital, lo que a la vez facilitará la concentración de la propiedad en menos manos y la intensificación de los monopolios y oligopolios con capacidad mayor de influir en las decisiones de los gobiernos.
    Los sistemas socioeconómicos vigentes no se adaptan fácilmente a los cambios tecnológicos; se han vuelto disfuncionales. Cuando el desequilibrio entre oferta y demanda convierte el trabajo en un bien escaso y la productividad del mismo se multiplica, las leyes impiden la reducción de la jornada laboral e imponen el aumento de la edad de jubilación de 65 a 67 años al tiempo que la esperanza de vida no deja de crecer se está impidiendo la participación equitativa de los beneficios entre los factores de la producción. Nada menos que en 1930 J. M. Keynes publicó un ensayo titulado “Posibilidades económicas de nuestros nietos” en la que auguraba un drástico aumento del ocio y una jornada laboral de tres horas al día. La profecía no la hemos visto cumplida pero ello no le quita racionalidad al planteamiento.
    Las personas somos seres sociales por naturaleza como anticipó Aristóteles y nos realizamos viviendo en sociedad, pero este requisito  implica disponer de ingresos económicos. Para la gran mayoría la forma de adquirirlos pasa por el empleo remunerado del trabajo. Si no puede ejercitar esta facultad y cumplir su derecho, el individuo se siente frustrado, la bajada del consumo se traduce en una crisis de demanda y la actividad económica se colapsa. Por consiguiente, la robotización de la economía en que se basa el progreso se convierte en una fuente de malestar e infelicidad.
    Si es evidente que las circunstancias han cambiado, es natural y lógico que las leyes se ajusten a las nuevas condiciones. Cualquier demora en la adaptación será causa de sufrimiento innecesario.

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