lunes, 1 de septiembre de 2014

Subvenciones al aire



    En toda España contamos con cerca de medio centenar de aeropuertos aparte de los de Murcia, Castellón y Ciudad Real que están acabados pero cerrados. La mayoría son otras tantas fuentes de pérdida que podrían verse afectados por la privatización de Aena. Entre ellos están los tres gallegos. Para obviar su falta de rentabilidad se recurre a subvenciones autonómicas o municipales a las compañías aéreas, bien a tanto alzado, bien garantizándoles un número determinado de viajeros. El ayuntamiento vigués proyecta reforzar el tráfico de Peinador ofreciendo a las operadoras 3,5 millones de euros para contrarrestar las ayudas que reciben Lavacolla y Alvedro.
    Pienso que estos gastos tienen muy difícil justificación social. Con ellos  se están abaratando artificialmente los viajes de negocios o de turismo, que no precisan de mayores alicientes.
    Sí, como se sostiene, ejercen influencia en la actividad hostelera local, las empresas del sector deberían aportar una parte de lo que ponen la Xunta y los ayuntamientos. Si lo que se está promocionando indirectamente es el turismo de otras comunidades, también éstas deberían participar en el importe de las subvenciones.
    Otro aspecto de la cuestión a tener en cuenta es que el auxilio económico favorece a las compañías de aviación en perjuicio de Renfe y de las empresas de transporte por carretera, lo que les da derecho a reclamar igualdad de trato.
    Estas consideraciones ponen de manifiesto el riesgo que corren las autoridades de incumplir el principio de equidad y de malgastar los caudales públicos, a la vez que mantener en activo a empresas ineficientes que proliferan al amparo de conseguir favores a costa del bolsillo de los contribuyentes, al mismo tiempo que incurren en costes de oportunidad, por cuanto las sumas gastadas se restan de otras inversiones posiblemente más eficaces para promover el bienestar de los ciudadanos. No debemos olvidar que los medios disponibles siempre son escasos en relación con las necesidades y por ello es obligado establecer un orden de prioridades justo.
    En definitiva, se echa de menos la acción del Estado en el sentido de prohibir que los organismos públicos contribuyan a distorsionar la competencia y socializar pérdidas. Constituye una perversión de la economía de libre mercado que es preciso desterrar.

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