lunes, 18 de agosto de 2014

Abandono del rural



        Asistimos con pesadumbre a la desertificación progresiva del territorio rural de España, sentido con especial intensidad en Galicia, sin que exista un plan oficial que prevea paliar los costes sociales de este fenómeno.
    Como consecuencia de este proceso imparable, la población gallega, que está en fase de descenso por otras causas, tiende a concentrarse en la franja costera y en las siete ciudades de Vigo, A Coruña, Ourense, Santiago, Pontevedra, Lugo y Ferrol. En conjunto han pasado de representar el 12% del censo gallego en 1900 a sobrepasar el 42% actualmente, en tanto que más de un centenar de aldeas se quedan deshabitadas cada año y se suman a las 1.300 que ya cerraron sus puertas.
    La desertificación comenzó a partir de la segunda mitad del siglo XX con el éxodo rural del campo a las ciudades y la emigración, y desde entonces la hemorragia demográfica no ha cesado. Los jóvenes siguieron el mismo camino porque el campo no ofrecía alicientes ni expectativas de mejora. El resultado fue que el número de vecinos menguó a ojos vista y al generalizarse el envejecimiento no existe renovación generacional y la muerte es solo cuestión de tiempo. Diríamos que se trata de una muerte anunciada como el título que lleva una de las novelas de García Márquez.
    Como consecuencia, al no existir apenas población infantil, los colegios de enseñanza primaria cierran sus aulas. La reducción del censo clausura las farmacias por descenso de ventas. Esa misma razón deja sin viajeros a las líneas de autobuses con lo que reducen las frecuencias o simplemente se suprimen.
    Hasta hace poco, esta evolución era particularmente intensa en los pueblos más pequeños, pero de algún tiempo a esta parte la sufren también los núcleos que son sedes de ayuntamientos y partidos judiciales. Tal es el caso de O Carballiño que cito, no porque sea el ejemplo más elocuente, sino por ser uno de los que mejor conozco.
    Hasta hace pocos años disponía de autobuses a diversos destinos, particularmente a Vigo, y de una estación de ferrocarril que fue inaugurada a raíz de la entrada en servicio de la línea Zamora-Ourense. Pues bien, la línea de autobuses tiene escasísima frecuencia y se suspende sábados y domingos. Con motivo de la entrada en servicio del AVE Santiago-Ourense, al no parar en la villa carballinesa se ha quedado sin tráfico, de modo que cuando alguien quiere viajar a Madrid deberá coger un taxi a la capital provincial para continuar después el viaje en tren. El último golpe que puede recibir vendrá del anteproyecto de organización de la justicia que resta competencias y personal a los partidos judiciales. El aislamiento de la villa está en marcha, con lo que redundará en la disminución del número de habitantes. Un paso más hacia el aislamiento.
    Los costes sociales, económicos, culturales y medioambientales que implica el proceso en marcha son evidentes, sin que ello sea motivo para que las autoridades tomen medidas para remediar la situación.
    En las aldeas abandonadas, las casas se derrumban con el peso del tiempo, las corredoiras se quedan silenciosas y muertas, y en medio de la soledad, la vida humana ha desertado. Tampoco quedan gallos que canten a la alborada ni perros que repliquen los ladridos de colegas lejanos. Todo se prepara para que la vida salvaje y la vegetación desordenada se adueñe del lugar. Todo un espectáculo melancólico, especialmente triste para quienes conocieron allí el sosiego y la paz animada por gentes que vivían sin prisas pero animaban el ambiente.

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