sábado, 23 de marzo de 2013

La guerra de Irak - Retrospectiva



    En este mes de marzo se cumplen diez años de la invasión de Irak por Estados Unidos y sobre su significado y efectos vale la pena echar una mirada retrospectiva.
    Para preparar el ambiente y justificar la guerra preventiva, el gobierno norteamericano dio una serie de pretextos que el tiempo se encargó de demostrar falsos: posesión por Irak de armas de destrucción masiva, apoyo de Sadam Husein al terrorismo de Al Qaeda y, en consecuencia, que Irak era un peligro para la paz mundial.
    Washington intentó convencer al Consejo de Seguridad de sus argumentos para que acordase la invasión, pero al no conseguirlo, tachó a la ONU de “irrelevante”, y en un gesto de prepotencia y unilateralismo lanzó un ultimátum perentorio de 48 horas desde las islas Azores en compañía del premier británico Tony Blair y del presidente del gobierno español José Mª Aznar. Cumplido el plazo, desencadenó un ataque demoledor por tierra, mar y aire el 20 de marzo de 2003 que el presidente denominó “justicia infinita”, para cambiarle el nombre días después por el de “libertad duradera”.
    La operación fue secundada inicialmente por Gran Bretaña y España –el trio de las Azores- pero encontró el rechazo de Francia y Alemania que pedían continuar las inspecciones de la ONU para conseguir el acuerdo del Consejo de Seguridad. Por culpa de la ilegalidad en que se incurría se produjeron multitudinarias manifestaciones populares de protesta en muchos países, y Turquía, que había ofrecido 14.000 hombres para participar en la operación, dio marcha atrás y prohibió el paso de tropas por su territorio.
    Los planes militares del Pentágono con el apoyo de un impresionante despliegue de fuerza lograron una rápida y aplastante victoria sobre el esperpéntico ejército iraquí que la propaganda había presentado como fuertemente armado, pero fallaron estrepitosamente en el planteamiento de la ocupación del país y en el trato dispensado a la población civil.
    El presidente Bush dio por terminada la guerra el 1º de mayo para entrar en la segunda fase, la de la ocupación. La invasión se planteó en la creencia de que la población iraquí, cansada de la sangrienta dictadura de Sadam recibiría a los soldados norteamericanos con los brazos abiertos, como libertadores. Esta visión resultó totalmente errónea, de lo que tuvo buena parte de culpa el comportamiento brutal de los invasores, el desconocimiento y falta de respeto a la cultura indígena y al mosaico de etnias y religiones formado por suníes, chiíes, kurdos, cristianos y turcomanos con intereses contrapuestos.
    Para complicar y dificultar más la pacificación, los ocupantes desmovilizaron los restos de las fuerzas armadas y disolvieron la policía con una acusada falta de tacto. Estas medidas crearon un vacío de poder, aumentaron el paro y el descontento, al tiempo que de ambas instituciones salían voluntarios de la resistencia. A todo ello aun habría que añadir el empleo de armas de guerra contra la población civil en ciudades como Faluya, incluidos bombardeos aéreos y artilleros; y el fallo de los servicios públicos que sumieron al país en el caos y la desesperación. Cualquier resto de simpatía que pudiera quedar se esfumó cuando se hicieron públicas las torturas y vejaciones infligidas a los prisioneros en la cárcel de Abu Graib.
     Como consecuencia, poco después de terminadas las hostilidades menudearon los atentados, los sabotajes contra los oleoductos, la colocación de minas en las carreteras, la explosión de coches bomba conducidos por suicidas, sobre todo frente a los centros de reclutamiento, y en el secuestro de civiles como arma de chantaje y extorsión. La detención de Sadam nueve meses después de la invasión que se creyó provocaría el desplome de la insurgencia, contribuyó más bien a reforzarla.
    Los 150.000 soldados que llegaron a ocupar el país se mostraron impotentes para garantizar un mínimo  de seguridad ciudadana, lo que indujo al secretario general de Naciones Unidas, Kofi Annan a retirar su personal tras ser asesinado su representante, el brasileño Vieira de Melo. El regreso del contingente español en abril, en cumplimiento de una promesa electoral del PSOE asestó un duro golpe a la coalición, decisión que fue seguida por otros gobiernos, presionados por su opinión pública.
    Finalmente, el nuevo presidente Barak Obama resolvió retirar las tropas de combate el 31 de agosto de 2010 salvo 50.000 hombres acantonados allí.
    Según diferentes testimonios después del atentado del 11 de septiembre de 2001 el presidente Bush se propuso atacar Irak con objetivos múltiples: controlar el suministro de petróleo, imponer su hegemonía en la región de Oriente Próximo, preservar la seguridad de Israel, acercar su ejército a Siria, Irán y Arabia Saudí, y hasta vengarse de Sadam porque “quiso matar a mi papá”, y sobre todo, porque “iba a implantar un modelo de democracia en la región”. Transcurridos diez años del inicio de la agresión, casi nada se ha conseguido; 122.000 muertos solo trajeron a Irak corrupción, paro, fragilidad democrática y hundimiento del nivel de vida.
    La historia muestra que los estrategas del Pentágono no aprendieron las lecciones de la historia reciente y particularmente de Vietnam y, como dijo Santayana, los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla.

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