viernes, 4 de enero de 2013

Sobre el suicidio



    Al reflexionar sobre las contradicciones en que se asienta la sociedad en que vivimos y de la que    que formamos parte, resalta la que hace referencia a la privación voluntaria de la propia vida.
    El suicidio es condenado sin paliativos hasta el extremo de que, no pudiendo castigar a quien provoca su muerte, hasta no hace mucho tiempo se negaba al suicida la sepultura cristiana. En sentido inverso, cuando alguien le disuade de su actitud de arrojarse al vacío se le considera un héroe, sin tener en cuenta que, de no desaparecer las causas, es probable que el suicida lo intente de nuevo hasta hacer realidad su propósito.
    Esta misma sociedad se ocupa y preocupa muy poco de las condiciones en que el afectado vivía. Podría decirse que es una sociedad suicidante. Quita al ciudadano el trabajo para el que fue educado y que constituye su único medio de vida, le despoja de su vivienda si no puede pagar la renta o la hipoteca. Le deja en la miseria sin tener a quien recurrir contra la injusticia que le oprime, porque las necesidades, por muy acuciantes que sean, no cuentan si quien las padece no es solvente, es decir, si carece de dinero para pagar.
    En tales situaciones de desamparo, ¿quién se atreve a recriminar al humilde vendedor tunecino que se quemo a lo bonzo y con su sacrificio dio lugar a la “primavera árabe”, o a la mujer que se quitó la vida cuando iba a ser desahuciada y provocó como reacción la suspensión de muchos lanzamientos?
    Intentar explicar el mundo del suicidio es asomarse al vacío donde falla la razón. La pulsión tanática es la antítesis del instinto de conservación y cuando la primera vence al segundo no parece posible sustraerse a la autodestrucción. Solamente con una enorme empatía y conmiseración podemos acercarnos al misterio. El acto por el cual una persona decide autoeliminarse plantea serios interrogantes, algunos de los cuales podrían ser formulados así: ¿a quién pertenece el ser humano?, ¿a sí mismo?, ¿a Dios?, ¿a la sociedad? Para estas preguntas no tenemos respuestas plausibles. Solamente los creyentes carecen de dudas al respecto. Para ellos, Dios, como dador de vida es el único que puede quitarla.
    El suicidio tiene matices asociados al martirio. Pensemos en el caso de los terroristas que se inmolan a cambio de causar daños materiales o personales o la muerte de supuestos enemigos políticos o religiosos aunque perezcan inocentes. En este tipo de suicidas asesinos encajan, por ejemplo, los pilotos musulmanes que estrellaron los aviones secuestrados contra las torres gemelas de Nueva York y el Pentágono el 11 de septiembre de 2001.
    Los mártires no persiguen daños ajenos pero tienen en común con quienes actúan movidos por un ideal, que sacrifican sus vidas por mantenerse fieles a sus creencias. Como es sabido, quienes inducen e impulsan a los terroristas asesinos, los incluyen en sus listas de mártires.
    El pensador austriaco Jean Amery, seudónimo de Hans Meyer (1912-1978) que no pudo soportar las secuelas de las torturas sufridas en los campos de concentración alemanes, se quitó la vida el 17 de octubre, 14 días antes de cumplir 66 años. En su libro, traducido al castellano “Levantarse la mano contra uno mismo”, evoca el caso del filósofo Paul Ludwig Landsberg que, sabiéndose perseguido por los nazis en Francia, llevaba consigo un veneno mortal para no caer vivo en su poder, pero en el verano de 1942 se deshizo de él porque, como cristiano no estaba dispuesto a disponer de su propia vida. Poco después fue detenido y ejecutado. Sin duda, su decisión se asemeja al suicidio aunque dejando a los verdugos la responsabilidad de su muerte.
    Tristemente, la dimisión de la vida es una enfermedad letal a la que sucumben un millón de personas en el mundo cada año. El tratamiento de esa patología es complejo, pero todos tenemos el deber de contribuir con todos los medios posibles a rebajar esta trágica cifra. Uno de ellos es hacer nuestro mundo más humano y habitable.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hay muy poca reflexión intelectual en un tema tan complejo como el suicidio.
Los "terroristas" de las Torres Gemelas no son ni terroristas ni suicidas para buena parte de los musulmanes, en todo caso son mártires.