jueves, 10 de enero de 2013

Alguien tiene que morir


    En tiempos lejanos que consideramos primitivos, ciertas civilizaciones tenían por norma realizar sacrificios humanos, casi siempre de mujeres jóvenes, para aplacar la ira de los dioses crueles y vengativos.

    Tan salvajes costumbres han pasado a la historia, si bien no del todo. La ira de aquellas deidades ya no se cura con sangre inocente, pero las víctimas propiciatorias siguen siendo el remedio para que la humanidad supere hábitos bárbaros, juzgue crímenes impunes o rectifique hábitos insanos que se resisten a desaparecer hasta que alguien protesta renunciando a su vida y se descubre de repente lo absurdo de ciertos comportamientos que se toleraban sin alterar el discurrir de la vida normal. Aquellos sacrificios rituales han dado paso a ofrendas materiales de valor económico que parecen ser bien recibidas por quien, según definición, lo posee todo.

    Fue motivo de estas reflexiones la reciente violación en grupo en Nueva Delhi de una joven de 23 años el 16 de diciembre del pasado año, fallecida dos semanas después a consecuencia de la brutal agresión de que fue objeto. El crimen, difundido y comentado por los medios de comunicación desató una ola de indignación popular con manifestaciones multitudinarias que hicieron reaccionar a la sociedad india, competidora con la musulmana en misoginia y abuso contra la mujer, y a las autoridades a ordenar la detención y juicio de los autores de tan atroz delito, así como a adoptar medidas legislativas destinadas a despertar la sensibilidad de la población ante tan irracionales conductas.

    Mas no hace falta trasladarnos con la imaginación a tierras lejanas para observar actitudes condenables. En un país tan próximo como Túnez tuvo que inmolarse a lo bonzo un joven vendedor callejero sumido en el desamparo total para que la gente saliese a la calle a reclamar sus derechos ciudadanos, derrocar al jefe del Estado, antidemócrata y corrupto, y contagiar la rebeldía a otras naciones que dio lugar a la llamada primavera árabe...

    Si miramos a nuestro alrededor, el espectáculo sacrificial se repite. Hubo de suicidarse una mujer en Vizcaya para que cayéramos en la cuenta de lo nociva e injusta que era la Ley Hipotecaria que con más de un siglo de vigencia daba amparo al desahucio de centenares de miles de familias a las que la crisis dejó sin medios con que abonar el préstamo o el alquiler y se vieron expulsados de su hogar, y aun así, teniendo que pechar con una deuda pendiente. Hasta ese momento la sociedad no había reaccionado contra el privilegio concedido por la ley al acreedor, ni que reconociese la entrega de la vivienda como extinción de la deuda según recogen otras legislaciones. Es de señalar y aplaudir el gesto de una comisión de jueces para corregir tamaños desafueros, iniciativa que lamentablemente no fue asumida por el pleno del Consejo General del Poder Judicial.

    En situaciones así es preciso que alguien dé la campanada, que la víctima sufra la injusticia flagrante para despertar la conciencia social y se rectifique el estado de cosas. Algo similar a cuando los repetidos accidentes consagran como punto negro un cierto tramo vial, y solo cuando las víctimas se multiplican se adopta la decisión de rectificar el trazado.

    En situaciones como las expuestas es fundamental la función de los medios de comunicación para que nos apercibamos de la urgencia de actuar sin demora, tomar las inexcusables decisiones y acabar con la anormalidad. Mejor sería que esto ocurriera sin que nadie tuviera que sacrificarse y que no fuera preciso conformarnos con el aforismo de que más vale tarde que nunca.

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