Para juzgar la bondad o el error de la política económica de un país hay que evaluar el grado en que se cumplen cuatro objetivos esenciales: crecimiento económico, pleno empleo, estabilidad de precios y equilibrio de la balanza de pagos.
Aplicado el modelo a la coyuntura española, salta a la vista que no deja margen para el optimismo: el PIB crece a un ritmo del 0,8%, el paro afecta a cerca de cinco millones de trabajadores con una tasa del 20,8% de la población activa, el doble de la media europea, el IPC se sitúa en el 3,5%, y la balanza exterior registra un serio desequilibrio junto con un elevado déficit presupuestario.
A la vista de estos datos adquiere sentido el fuerte varapalo sufrido por el partido socialista en las elecciones municipales y autonómicas del 22 de mayo que no supo llevar el barco a buen puerto al contrario de los principales socios europeos, si exceptuamos los casos de Grecia, Irlanda y Portugal, curiosamente gobernados también por los socialistas. La lección debería hacer reflexionar a los políticos y pensadores de la socialdemocracia.
Evidentemente, pintan bastos para los partidos que se reclaman de izquierda y progresistas, por más que hayan hecho política de derechas o tal vez por eso, lo que ha decepcionado a sus electores sin convencer a los votantes conservadores que, con buena lógica prefieren el original a la copia.
En esta tesitura, las encuestas vaticinan para las elecciones generales de marzo una derrota aun más contundente para el PSOE con el correspondiente triunfo del Partido Popular que tendrá por delante cuatro años para encauzar el rumbo de la economía y aliviar la insoportable carga del paro masivo que en la juventud afecta al 42%.
Debemos partir de la base de que en economía no existen bálsamos de fierabrás ni recetas milagrosas y, a reserva del programa popular, que no es conocido, obviamente se precisa adoptar medidas más enérgicas y justas que las aplicadas hasta ahora por quienes detentan el poder, medidas que abarcan más allá del ámbito laboral para hacer más real la democracia, combatir a fondo la corrupción y el fraude fiscal, regular el sistema financiero y dejar de arrodillarse ante los mercados sin orden ni ley.
Es sin duda ingenuo pensar que estas directrices orienten la política económica y social del PP, pero sería una mala decisión que quienes negaron primero la crisis y la gestionaron después tan mal se encargaran de sacarnos del atolladero. Se dan las circunstancias para que la palabra “cambio” adquiera su plena efectividad. En todo caso, hay que dar la oportunidad de que cumplan sus promesas quienes han estado siete años en la oposición, y guiarnos después por la sentencia evangélica “por sus obras los conoceréis”. Y que Dios reparta suerte, porque el panorama que se avizora en 2012 –en el caso de que Rodríguez Zapatero mantenga la absurda postura de no adelantar las elecciones y quemarse un poco más- no promete muchas alegrías, a pesar de lo cual, que no falte la confianza y la esperanza pues sin estas virtudes sólo cabe ponerse en lo peor.
Aplicado el modelo a la coyuntura española, salta a la vista que no deja margen para el optimismo: el PIB crece a un ritmo del 0,8%, el paro afecta a cerca de cinco millones de trabajadores con una tasa del 20,8% de la población activa, el doble de la media europea, el IPC se sitúa en el 3,5%, y la balanza exterior registra un serio desequilibrio junto con un elevado déficit presupuestario.
A la vista de estos datos adquiere sentido el fuerte varapalo sufrido por el partido socialista en las elecciones municipales y autonómicas del 22 de mayo que no supo llevar el barco a buen puerto al contrario de los principales socios europeos, si exceptuamos los casos de Grecia, Irlanda y Portugal, curiosamente gobernados también por los socialistas. La lección debería hacer reflexionar a los políticos y pensadores de la socialdemocracia.
Evidentemente, pintan bastos para los partidos que se reclaman de izquierda y progresistas, por más que hayan hecho política de derechas o tal vez por eso, lo que ha decepcionado a sus electores sin convencer a los votantes conservadores que, con buena lógica prefieren el original a la copia.
En esta tesitura, las encuestas vaticinan para las elecciones generales de marzo una derrota aun más contundente para el PSOE con el correspondiente triunfo del Partido Popular que tendrá por delante cuatro años para encauzar el rumbo de la economía y aliviar la insoportable carga del paro masivo que en la juventud afecta al 42%.
Debemos partir de la base de que en economía no existen bálsamos de fierabrás ni recetas milagrosas y, a reserva del programa popular, que no es conocido, obviamente se precisa adoptar medidas más enérgicas y justas que las aplicadas hasta ahora por quienes detentan el poder, medidas que abarcan más allá del ámbito laboral para hacer más real la democracia, combatir a fondo la corrupción y el fraude fiscal, regular el sistema financiero y dejar de arrodillarse ante los mercados sin orden ni ley.
Es sin duda ingenuo pensar que estas directrices orienten la política económica y social del PP, pero sería una mala decisión que quienes negaron primero la crisis y la gestionaron después tan mal se encargaran de sacarnos del atolladero. Se dan las circunstancias para que la palabra “cambio” adquiera su plena efectividad. En todo caso, hay que dar la oportunidad de que cumplan sus promesas quienes han estado siete años en la oposición, y guiarnos después por la sentencia evangélica “por sus obras los conoceréis”. Y que Dios reparta suerte, porque el panorama que se avizora en 2012 –en el caso de que Rodríguez Zapatero mantenga la absurda postura de no adelantar las elecciones y quemarse un poco más- no promete muchas alegrías, a pesar de lo cual, que no falte la confianza y la esperanza pues sin estas virtudes sólo cabe ponerse en lo peor.
1 comentario:
Interesante tu reflexión de que los países europeos con gobiernos de derechas han toreado la crisis mejor que los países de izquierdas (quitando el caso de Italia, supongo). Sin embargo, coincide que estos últimos son por otra parte países tradicionalmente con economías más débiles en Europa (los mal llamados PIGS, o PIIGS). ¿No te parece esto un condicionante mucho más importante en su peor resistencia a la crisis que la circunstancia de estar gobernados actualmente la mayoría de ellos por la izquierda?
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