lunes, 9 de enero de 2017

Escasez de alimentos



    Desde que los primeros homínidos aparecieron sobre la faz de la tierra se encontraron en un ambiente hostil y hubieron de enfrentarse a peligros mortales, como un destino fatal de la especie humana. Las primigenias  amenazas provenían de la naturaleza con sus fenómenos extremos, sus oscilaciones climáticas y la convivencia con animales salvajes, pero a medida que fue creciendo la población fueron haciéndose más palpables  nuevos riesgos derivados de la competencia con otros humanos como  manifestaciones de la agresividad y violencia, propias de nuestra condición. Desde la noche de los tiempos, nuestros ancestros hubieron de pagar duros peajes por el derecho  a vivir, convirtiendo la existencia en una actividad de riesgo.
    Superar la multitud y diversidad de los problemas que nos acucian constituyen otros tantos desafíos que se nos plantean, así en el plano individual como en el colectivo.
    Podemos considerar como uno de los más preocupantes el de proporcionar alimentos suficientes a toda la población del mundo, cuyo número crece constantemente. Al comienzo de 2017 los habitantes del planeta rondan los 7.500 millones y se estima que en 2050 la cifra oscilará entre 9.600 y 10.000 millones. Actualmente son 800 millones los que viven en la pobreza extrema y aunque la suma ha descendido en los últimos años, nadie puede predecir que siga haciéndolo en adelante.
    La FAO (Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) calcula que las cosechas de alimentos deberán aumentar el 70% en este período. Se confía en conseguir el objetivo propuesto mejorando la productividad de la tierra con el empleo intensivo de abonos químicos, semillas transgénicas, pesticidas e insecticidas, la ampliación de regadío y, finalmente, la roturación de terrenos cada vez menos fértiles. En todo caso,  vemos que el aumento de producción choca con dos factores limitativos: la disponibilidad de tierra cultivable como queda expuesto,  y el agua. El líquido elemento no solo es finito sino que además su distribución  espacial y temporal es irregular. En el primer caso, mientras en algunas regiones hay exceso de humedad, en otras más extensas, la pluviosidad  es tan escasa que resulta incompatible con muchos cultivos, sin tener en cuenta la enorme superficie que ocupan los desiertos. Para remediar la escasez del agua su uso inteligente exige fórmulas de ahorro, como por ejemplo el riego por aspersión o la explotación de acuíferos, si bien todas tienen limitaciones y contraindicaciones.
     El problema de la alimentación se complica  porque no se trata solo de la producción. Hay que contemplar también el transporte, el almacenamiento y la distribución, lo cual implica una compleja organización y la inversión  de recursos considerables.
    Para complicar aun más el problema, hemos de tener en cuenta la enorme  destrucción de alimentos que se desechan en el mundo más rico, bien por exceder la fecha de caducidad, bien como sobrantes del consumo diario de familias y de establecimientos de hostelería.
    No conocemos la capacidad de  del planeta para sustentar la presencia de seres humanos, y por tanto, ignoramos si ya habremos pasado alguna línea roja. Lo que parece rozar el límite es el ritmo acelerado de crecimiento demográfico, especialmente en los países más pobres como se experimentó en el siglo XX que se inició con 2.000 millones de personas y concluyó con 6.000 millones.
    Es evidente que  si los recursos con los que contamos son limitados y encima derrochamos  una  buena parte y las bocas que llenar son más cada año, nos encontraremos con una situación explosiva que sufrirán las próximas generaciones. Sus minorías dirigentes tendrán como tarea prioritaria que aportar soluciones que eviten el desastre.

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