domingo, 4 de diciembre de 2016

Empleo y productividad



    Cuenta la mitología griega por boca de Hesiodo que el titán Prometeo robó el fuego de los dioses olímpicos para entregárselo a los hombres y por ello, Zeus, enojado, condenó a los hombres a ser mortales y encadenó a Prometeo a una roca en el Cáucaso donde un buitre le devoraba el hígado cada día, que le crecía durante la noche, hasta que Hércules le libró del tormento por orden del mismo Zeus, arrepentido de su crueldad.
    Puede interpretarse el mito como la paráfrasis del destino de los humanos condenados a que todo adelanto o mejora  tenga su lado negativo, de forma que nunca pueda considerarse exento de peligro. Así vemos, por ejemplo, como los medicamentos  suelen tener contraindicaciones o efectos secundarios, o la rapidez  con que los medios de locomoción nos trasladan de un lugar a otro la pagamos con el doloroso tributo de los accidentes de tráfico.
    Algo similar ocurre en el mundo laboral. Desde siempre, el hombre se ha esforzado por aliviar la penosidad del trabajo desviándolo, primero a los animales y más tarde  a las máquinas para que realizasen las tareas más repetitivas e ingratas. Ahora esta tarea se encomienda a autómatas.
    Con el tiempo, las máquinas no solo cumplen este cometido sino que suplen nuevos trabajos con lo cual,  con menos trabajadores se produce  igual o mayor cantidad de bienes. Alguien ha dicho que en el futuro los aviones irán tripulados por un piloto y un perro: el piloto para observar los aparatos y el perro para morderle si les toca. De momento ya tenemos coches autónomos sin conductor que bien pudieran aplicarse a otra clase de vehículos.
    Si a la sustitución de personas por máquinas unimos la introducción de mejores métodos organizativos, la automatización, el empleo de robots y la digitalización de la economía que está en sus inicios se comprenderá fácilmente que el drama del desempleo tiene difícil arreglo. El ajuste entre la oferta y la demanda de trabajo se efectúa al precio de envilecer los salarios y las condiciones laborales, y aun así, se mantiene un ejército de reserva sin ocupación lucrativa.
    La tendencia es general y sus efectos, demoledores. Ya en  2003, el economista estadounidense Jeremy Rifkin citaba en un artículo periodístico un estudio de Alliance Capital Management según el cual, en los siete años transcurridos entre 1997 y 2002 se perdieron 31 millones de  puestos de trabajo en fábricas de las veinte economías más fuertes del mundo sin que por ello dejasen de crecer. Nótese que todavía no conocíamos los efectos de la crisis iniciada en 2007.
    Vemos, pues, como el aumento de la productividad, que es la meta de los empresarios, va acompañada de despidos que engrosan las listas del paro. Es la cara y la cruz del progreso, el lado oscuro del avance tecnológico.
    La doctrina económica más solvente sostiene que las innovaciones tecnológicas provocan un descenso de los precios, lo que a su vez se traduce  en un aumento de la demanda y ésta impulsa la producción y el empleo. Es cierto que la robótica al mismo tiempo que sustituye mano de obra origina nuevas necesidades de empleo  (fabricación, reparación y mantenimiento) pero no está claro  que lo segundo compense  lo del primero. Lo que vemos es que las grandes empresas despiden millares y decenas de millares de trabajadores, sin que la producción se resienta. Para apreciar la magnitud del problema en nuestro país basta observar los drásticos recortes  de plantillas en sociedades, tanto industriales como de servicios, públicas y privadas (automoción, Renfe, Correos o Telefónica) y además los puestos de trabajo que crean son, sobretodo, de alta cualificación fuera del alcance de muchos demandantes de empleo.
    Estamos ante un dilema de difícil solución satisfactoria y equilibrada: renunciar a la productividad que implicaría prescindir del progreso, o afrontar el aumento de la tasa de paro. La nueva situación plantea un desafío: cómo distribuir equitativamente los frutos del PIB. Si buena parte de la población trabajadora carece de ocupación no se la puede dejar en el desamparo, tanto por razones de humanidad como de economía. Si se reduce el consumo no habrá demanda de bienes y servicios.
    Si el trabajo se ha convertido en un bien escaso  habrá que repartirlo de forma diferente de la actual así como la jornada laboral, el descanso y el ocio. Asumir los efectos derivados del adelanto tecnológico requiere cambiar nuestra mentalidad, lo cual se ve obstaculizado por el peso de la inercia, la costumbre, la tradición, los intereses creados. Tal es el desafío que la sociedad tiene planteado en adelante.

2 comentarios:

Marcos dijo...

Como comentas en un momento del artículo, la progresiva sustitución del trabajo humano por el de las máquinas en distintos sectores pareceriera que habría de producir desempleo en esos sectores (sin que el empleo generado por la fabricación y mantenimiento de esas máquinas sea suficiente para reemplazarlo), pero también es cierto que la reducción de precios producida por la mecanización permite que los consumidores tengan más dinero para comprar más cosas, dentro de ese sector o de otros. Dicho de otro modo, los consumidores siempre van a gastar la misma cantidad de dinero, haya mecanización o no, y ese dinero que gastan siempre va a acabar en los bolsillos de otras personas (los trabajadores de las empresas que producen los productos y servicios que esos consumidores compran), haya más o menos automatización del trabajo (las máquinas que yo sepa, por el momento no cobran por su trabajo :) Por esta razón no veo que la automatización pueda ser fuente de desempleo en el conjunto de la economía, sino en todo caso de transferencias de demanda laboral entre unas industrias y otras.

Anónimo dijo...

Pío Moa Banga, a diferenza co teu fillo, a ti dá gusto lerte, mirarte, etc.
Demostras os verdadeiros problemas da globalización, aínda que se che digo a verdade, sempre pode haber unha compensación, e a URSS, ó igual cos Estados Unidos, sendo o país socialista e comunista por excelencia mentres que os EUA o eran capitalista, tamén grazas á tecnoloxía trunfou, creou traballo, certos postos, etc.
Mais segue a haber un problema e é que o consumo no crecemento, fai que non se valoren as cousas e que haxa que crear máis, e máis e máis, ata que aparecen máquinas que son automáticas, e o atractivo para os empresarios, é que poden aforrarlles cartos en persoal laboral, ademais de tempo e outras cousas, e así veñen os despidos a tanta xente e o paro, e despois a ver que poderá ocorrer.
Grazas a que os Amish viven sen tecnoloxía e demais, sempre traballan todos conxuntamente, teñen traballo para todos, colaboran máis, relaciónanse máis, coidan máis tamén da ecoloxía, etc.
E non por iso os vou bendicir, pero tanta comodidade, deixa a xente que está na indixencia sen traballo.
E con isto o que quero é que non se vexa como capitalista nin comunista o meu comentario senón como coñecedor da verdade.
E se fai falla engado citas tanto de Xavier Sala i Martín como de Fermín Bouza Álvarez para dar outra proba máis de cousas positivas e negativas.

Atentamente:

Outro galego.

Posdata: espero que non te ofendan algunhas palabras que dixen, polas cales me desculpo. Saúdos.