viernes, 10 de abril de 2015

Democracia mejorable (II)



   El cuarto protagonista de la política, el más importante de todos, es el ciudadano corriente, el que el político italiano Don Sturzo llamó “L’uomo cualunque”, el hombre cualquiera, al fundar el partido Demócrata Cristiano. Es quien con su voto decide quien ha de gobernar el municipio, la comunidad autónoma y la nación, premia con la reelección a quien lo ha hecho bien o expulsa del poder a quienes defraudaron las expectativas. De ahí su gran responsabilidad y la trascendencia del voto que la democracia pone en sus manos.
    No siempre estos actúan con coherencia a la hora de depositar su papeleta en la urna, lo que quita legitimidad a sus quejas si los elegidos defraudan con sus medidas o comportamientos. El mal uso del sufragio se produce principalmente por dos causas distintas: la insuficiente información respecto a candidatos y problemas, y haber sido seducidos con falsas promesas de imposible cumplimiento. Lo que menos disculpa tiene es el autoengaño de quienes eligen a personas de reconocida insolvencia moral por estar imputados en procesos judiciales.
    Si la solución de un problema comienza por el diagnóstico, el aplicado a la democracia en España dista de ser satisfactorio; por el contrario, aparece manifiestamente mejorable. Hemos visto que los cuatro agentes implicados adolecen de patologías severas pero no incurables. Todo depende del interés, el entusiasmo, la independencia y la generosidad con que las llamadas fuerzas vivas se pongan a la tarea.
    Comenzando por el marco legal, son muchos los retoques que precisan los textos legales, comenzando por la Constitución, y de ahí a la ley electoral, la financiación de los partidos y hasta el Reglamento del Congreso, porque no hay nada que sea inmutable, y por el contrario, las leyes envejecen y es necesario actualizarlas y adoptar los cambios que exigen los tiempos, venciendo el temor y la inercia causantes del inmovilismo. Un ejemplo se vivió el 25 de marzo de 2015 en que por sexta vez quedaron rotas las conversaciones destinadas a cambiar el reglamento de la Cámara baja a pesar de ser reconocido por todos que ha quedado obsoleto, que restringe las iniciativas parlamentarias y que pone demasiadas barreras al funcionamiento de las comisiones de investigación hasta hacerlas inoperantes.
    En el contexto de las reformas legislativas están inmersos los partidos políticos para democratizar su funcionamiento. Cerrar los resquicios a la financiación irregular, responsabilizar a las cúpulas directivas de los procedimientos ilegales y garantizar la separación de los poderes del Estado, son asignaturas pendientes.
    También la inadaptación del marco legal favorece los comportamientos inadecuados de los políticos que cambian el papel de servidores públicos por el de aprovechados mercaderes, faltando a la le, la ética y la verdad.
    Todo militante que se postulase para político debería someterse a un riguroso examen, no solo de sus aptitudes como tal sino de sus antecedentes morales, sin que ello le eximiese de la vigilancia por parte de la directiva del partido al que pertenece. Los políticos tienen las mismas virtudes y defectos que los demás mortales, pero una responsabilidad añadida: ser depositarios de la confianza depositada en ellos por los electores.
    Suele haber consenso en evitar la profesionalización de la política y la conveniencia de la limitación temporal de cargos, de modo que nadie se mantenga el ellos más de ocho años.
    Finalmente, los ciudadanos deben ser conscientes del valor de su voto para dárselo a los candidatos que reúnan las mejores condiciones, eliminando, por supuesto, a quienes tengan problemas con la justicia; lo contrario implicaría  que la corrupción tiene premio. No debemos olvidar, sin embargo que detrás de un corrupto hay un corruptor al que también hay que perseguir judicialmente. Tenemos el deber de informarnos adecuadamente sobre las cualidades de los candidatos y los programas de los partidos en liza sin dejarnos engatusar con promesas irreales. Seremos impulsores del cambio si nos interesamos por los asuntos públicos, si somos más proclives al asociacionismo y a la participación ciudadana en la política.
    Si todos asumimos nuestra parte de responsabilidad conseguiremos la regeneración de la política que todos reclaman, incluso los partidos que contribuyeron a su desprestigio. No cabe, sin embargo ser excesivamente optimistas porque la transformación de las estructuras tropieza con el factor humano, con sus debilidades y apetencias, lo cual no debe llevarnos a renunciar a la tarea de suprimir obstáculos y corregir defectos a fin de que el sistema funcione cada vez  mejor.

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