sábado, 7 de marzo de 2015

Ucrania




    Lo que sucede en Ucrania es uno de los mayores quebraderos de cabeza que tiene planteado Europa y una tragedia para la población de ese país, castigado por los horrores de una guerra civil. Para entender lo que allí ocurre es preciso remontarnos a los orígenes históricos.
    Cuando Ucrania formaba parte de la URSS como una de sus repúblicas federadas, se le incorporó la península de Crimea, en cuyo puerto principal, Sebastopol, estaba y sigue estando la base de la flota rusa.
    En 1991, al producirse la disolución de la Unión Soviética muchas de sus repúblicas, entre ellas la de Ucrania adquirieron la independencia. Tras prolongadas negociaciones, la nueva Rusia sigue utilizando el puerto mediante un acuerdo de arrendamiento. Hasta aquí, todo normal. En abril del pasado año una manifestación popular obligó al presidente constitucional a huir y refugiarse en Moscú. Fue un golpe de Estado con la aquiescencia de Occidente que traería graves consecuencias. Esta es la relación escueta de los hechos bien conocidos por recientes. Pero aparte está la intrahistoria de los intereses geoestratégicos de las dos superpotencias. EE.UU. y Rusia, que condicionan la orientación de los acontecimientos. Al desaparecer el comunismo soviético, el nuevo régimen eliminó el Pacto de Varsovia, lo que podía haber llevado a tomar la misma medida con respecto a la OTAN, la desaparición de la guerra fría y el comienzo de una era de paz a largo plazo. Empero, la organización militar de Occidente no solo no se extinguió sino que amplió su radio de acción a costa de desvirtuar el significado del nombre y de mantener un clima de desconfianza entre las dos potencias poseedoras de los mayores arsenales nucleares.
    La política exterior norteamericana a través de la OTAN, bajo el mando de un militar de esa nacionalidad,  incorporó como Estados miembros  a varias naciones de Europa oriental y proyectó la instalación de una red de antimisiles bautizada como guerra de las galaxias, con el pretexto de la amenaza de Corea del Norte si bien todo el mundo interpreta  que está dirigida contra Rusia,  que se encuentra con sus enemigos potenciales  apostados en sus fronteras mientras EE.UU los tiene a 10.000 kilómetros de distancia.
    Para completar la política de acoso faltaba la adhesión de un peón fundamental, Ucrania, un país dividido entre la parte oriental de habla y atracción rusa y la occidental de habla ucrania y vocación europea. Ambas dependientes del suministro energético de Moscú. El gobierno de Kiev pretendía su adhesión a la Unión Europea como primer paso para el ingreso en la OTAN, pero el presidente cambió de opinión y se inclinó por la alianza con Rusia. La reacción prooccidental se tradujo en manifestaciones populares que obligaron a la huida del presidente Viktor Yanukovich.
    De llevarse a cabo los planes del gobierno salido del golpe de Estado, Rusia no solo tendría los tanques de la OTAN en sus fronteras sino que su escuadra tendría su base en territorio hostil, situación que ninguna nación consideraría tolerable. La respuesta rusa fue organizar un seudorreferéndum en Crimea que concluyó con la adhesión de la península, seguida de  la secesión de las provincias orientales de Donestk y Lugansk apoyadas por el Kremlin y el estallido de la guerra civil que ya ocasionó 6.000 muertos, centenares de miles de desplazados y grandes destrucciones en un país abocado a la bancarrota.
    Tal es la situación actual en la que Ucrania pone los muertos y su destino se decide en las cancillerías de Moscú, Washington, París y Berlín, y al fondo la rivalidad ruso-estadounidense. El antagonismo bipartito hace más insolubles otros conflictos como la guerra civil de Siria, el éxito de las negociaciones con Irán y la lucha contra el Estado Islámico. La UE, por su parte, con tantas voces como socios, se limita a seguir las directrices de Washington.

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