martes, 14 de octubre de 2014

Mausoleo sin cadáver



    Mausolo fue un rey persa que vivió en el siglo IV a.C. Al morir, su viuda Artemisa mandó construir una tumba que por su grandiosidad y belleza fue considerada una de las siete maravillas del mundo antiguo.
    En Galicia contamos con un monumento de dimensiones faraónicas que, si bien no alberga los restos de su promotor, Manuel Fraga Iribarne, a la sazón presidente de la Xunta, por ahora, responde a su afán de dejar eterna memoria de su nombre para admiración y asombro de las generaciones venideras. Tal vez pasó por su mente el ánimo de emular el gigantismo de Cuelgamuros de su admirado “Caudillo”.
    Para que la idea se viera plasmada en algo real fuera de lo común, buscó un emplazamiento y eligió el monte Gaias, en las afueras de Santiago. Convocó seguidamente un concurso internacional entre arquitectos de fama mundial que fue ganado por el norteamericano Peter Eiseman.
    El proyecto premiado contemplaba una serie de edificaciones unidas que, sin una idea clara del destino a que serían dedicadas albergarían una biblioteca y archivo, un centro de innovación cultural, un museo y un auditorio. Este último continúa inédito por falta de fondos.
    Yo sentía una viva curiosidad por conocer de cerca la nunca bien ponderada “Cidade da Cultura” como la describiría un cronista décimonónico. El deseo quedó satisfecho visitándola el 1 de octubre de 2014 acompañado de un amigo. Como profano de los cánones arquitectónicos, no la enjuiciaré como obra de arte, pero digo que sentí admiración por el arquitecto que la diseñó, por la vistosidad, originalidad, por su encuadre en el paisaje y la selección de los materiales. Condeno, sin embargo sin paliativos a quien ideó la magnitud de la obra, su gigantismo a mayor gloria de la megalomanía y a los conselleiros que dieron sus parabienes al autócrata sin reparar en los medios limitados de una autonomía situada entre las más pobres, y sin determinar de antemano la finalidad útil que podía servir .
    Las modificaciones que sufrió sobre la marcha y la suntuosidad de los materiales empleados pulverizaron el presupuesto inicial de alrededor de 100 millones de euros multiplicándolo por cuatro, a pesar de que una parte sustancial, el auditorio, no pasó de los planos. Y no se trata solamente del coste de la inversión sino del gasto de conservación y mantenimiento que hipotecan buena parte del presupuesto de la Xunta, todo lo cual saldrá del bolsillo de los impuestos de usted y míos.
    Al asombro e indignación que tal despilfarro suscita se une la impresión que causa de inutilidad como ciudad y como cultura. Mi acompañante y yo nos trasladamos al lugar en un autobús de la línea 9 y durante el trayecto los únicos viajeros fuimos nosotros. En las edificaciones se percibe una ausencia de visitantes y solamente se veía a un vigilante jurado.
    En el interior de la biblioteca las estanterías permanecen vacías u ocupadas por algunos volúmenes. En la gran sala de lectura el número de ocupantes no llegaba a una docena. La soledad de las inmensas instalaciones era impresionante. El museo, reducido a una sala de exposiciones temporales estaba cerrado por falta de contenido. Todo pone en evidencia la desproporción entre la desmesura de lo hecho y la utilidad que reporta. En otras palabras, la asimetría entre el continente y el contenido. Artemisa pudo costear la sepultura porque su esposo disponía de todos los recursos del reino. Fraga ocupaba el cargo de presidente de la Xunta, elegido democráticamente, pero sus deseos eran órdenes que nadie podía contradecir y menos desobedecer. Así pudo convertir en realidad sus sueños de grandeza a cargo del presupuesto autonómico.

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