sábado, 14 de diciembre de 2013

Hablando de pensiones



    Cabe esperar grandes cambios sociales en España si de verdad queremos que no siga profundizándose la brecha que separa a una elite opulenta de la inmensa mayoría de la población. Si los acontecimientos no se orientaran en esta dirección, peligraría la cohesión social y la estabilidad política.
    Este desafío está relacionado con la evolución de las pensiones públicas. Con los planteamientos actuales la hucha corre peligro de romperse en cuestión de algunos años una vez agotado el fondo de reserva. Por un lado está el aumento anual de las pensiones por partir de sueldos y cotizaciones más altas, y por otro la mayor longevidad de los pensionistas que deja obsoletas las tablas de mortalidad que rigen los seguros de vida. Por último y muy importante, está la insoportable tasa de paro del 26% que afecta a más de la mitad de los jóvenes. La conjunción de estos tres factores hace inviable cualquier sistema de pensiones basado en el régimen de reparto como el que existe en nuestro país.
    Para estos últimos el futuro se presenta incierto y oscuro. Sin empleo no se cotiza, y sin cotizaciones no se generan derechos de pensión. ¿Cuáles van ser sus medios de vida en la vejez? ¿Acogerse al sistema de pensiones no contributivas? Evidentemente el problema de fondo es la falta de crecimiento económico y el desempleo que origina sin que se atisben a corto ni a medio plazo expectativas de mejora significativas. Al confluir este estado de cosas con una menor intensidad de trabajo en los procesos productivos a causa de los avances tecnológicos, la creación de puestos de trabajo tenderá a ralentizarse.
    Hasta ahora a los políticos, con la visión alicorta que les caracteriza, solo les preocupa cómo ganar las próximas elecciones, y por ello omiten en sus programas las grandes reformas que exigirá, cada vez con mayor urgencia, el nuevo paradigma socioeconómico. Por el momento, solo se ha implantado un remedio parcial consistente en desgravar en el IRPF las aportaciones a los planes de pensiones complementarias que favorecen el negocio bancario y dejan en el desamparo a quienes, por insuficiencia de ingresos, no pueden acogerse a esta fórmula de previsión.
    Si aceptamos, como parece lógico, y porque así ha ocurrido en anteriores crisis, que más o menos pronto la economía repuntará, es indispensable que los próximos gobiernos acometan las reformas necesarias para que los frutos del desarrollo se repartan con más equidad que hasta ahora. Su ausencia se refleja en hechos tan anómalos como que en 2012 el paro creció y los salarios descendieron, y alrededor de 1.400.000 hogares sufrieron cortes de luz por impago. En cambio, en el mismo año, el número de millonarios se incrementó un 13%.
    La reforma tributaria que el Gobierno prevé aprobar en marzo de 2014 podría ser un instrumento adecuado de redistribución, pero a la vista de los precedentes y de los vínculos visibles e invisibles con las grandes fortunas, sería un exceso de optimismo pensar, por ejemplo, que se quiera cambiar el tratamiento fiscal que se dispensa a las rentas del capital. En todo caso, mucho dependerá de la prontitud e intensidad con que se produzca la reactivación económica tras la superación de la recesión que anuncian los medios oficiales.

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