miércoles, 11 de septiembre de 2013

La ayuda al tercer mundo



    La relación de Occidente con el Tercer Mundo ha sido y sigue siendo ambivalente. Centrando el análisis en África, nos encontramos con que hasta el siglo XV, cuando los navegantes portugueses bordearon la costa atlántica, era prácticamente desconocida su existencia. Tras el descubrimiento de América había que proveer de mano de obra barata aquellas tierras, y a tal fin se recurrió al comercio de esclavos negros, capturados por los propios africanos. De esta forma se traficó durante siglos con personas como si fueran animales en un comercio inmoral que se mantuvo hasta la segunda mitad del siglo XIX.
    En el Congreso de Berlín de 1884 se repartió el continente entre Francia, Inglaterra, Alemania, Bélgica y Portugal bajo el régimen de colonias con el pretexto de civilizar a los nativos, pero en realidad, era una forma de explotación de la población y de las riquezas naturales. A partir de la II Guerra Mundial surgió un rechazo del colonialismo apoyado por EE.UU que eclosionó en 1960 con la independencia de muchos países, de modo que las colonias se transformaron en Estados soberanos, muchos de ellos inviables y llenos de problemas de toda índole.
    Antes de la emancipación y después también, Occidente –y últimamente China-  expolian las riquezas minerales (oro, cobre, petróleo, hierro, diamantes) en connivencia con  los gobernantes locales, que se hacen ricos por su colaboración, en tanto que el pueblo llano no sale de su pobreza y atraso.
    Cuando ocurren desastres naturales, como pueden ser lluvias torrenciales seguidas de sequías prolongadas, la pobreza se convierte en miseria y la hambruna se apodera de grandes sectores de la población.
    La otra cara de la relación bilateral consiste en la transferencia de miles de millones de euros que bajo la designación de ayuda al desarrollo se dedica en gran medida a paliar emergencias, si bien, canalizada a través de los gobiernos y organizaciones locales, se filtra en gran parte en los bolsillos de intermediarios corruptos. A veces el tratamiento es peor que la enfermedad. Como la alimentación en África descansa fundamentalmente en el consumo de maíz y arroz, el reparto gratuito de estos cereales importados elimina todo aliciente para el cultivo “in situ”, en lugar de adquirirlos sobre el terreno, con lo cual se refuerza la dependencia en adelante. Esta forma de ayuda sin atacar las causas de la crisis, somete a los beneficiarios a la condición de pordioseros, al mismo tiempo que se sostiene implícitamente una red de corrupción que favorece a quienes desempeñan puestos de autoridad u ONG locales.
    Otras veces la ayuda se distribuye por medio de Organizaciones No Gubernamentales cuyo nombre no responde a la realidad, ya que se financian significativamente por aportaciones públicas. Si por ejemplo, construyen una escuela y se retiran, se corre el riesgo de que desaparezca o se transforme en un centro privado al que se asiste mediante pago.
    Otros agentes de la cooperación son los misioneros que tienen la ventaja de la permanencia, pero el inconveniente de buscar el adoctrinamiento y proscribir el uso de anticonceptivos, lo que contribuye a agravar el problema demográfico y a aumentar los estragos del sida.
    Es indudable que más de cincuenta años de cooperación al desarrollo y los miles de millones empleados no han modificado la triste condición del continente negro. La miseria y el desamparo, junto con la ausencia de educación, la sanidad y la vivienda, siguen tan presentes como siempre. Como causa y efecto de esta situación, con excesiva frecuencia estallan guerras en las que África pone las víctimas y los occidentales y los chinos ponen las armas. Los casos más recientes  se llaman Liberia, Mali, República Centroafricana, Sudán, Angola, Congo, Ruanda, Sierra Leona… La lista sería interminable
    Ante el decepcionante balance de los esfuerzos y a la vista de la triste realidad descrita por numerosos autores, es imperativo que Occidente cambie la estrategia de su ayuda, de tal modo que los africanos tengan un mayor protagonismo de sus asuntos propios, que se responsabilicen de su gestión, que se ocupen de la educación y sanidad y combatan la corrupción. Sin este compromiso, enviar dinero carece de sentido y en el mejor de los casos es pan para hoy y hambre para mañana.
    Los Gobiernos europeos deben ofrecer asesoramiento y respaldo económico para la creación y el respeto a los derechos humanos. Y por supuesto, adoptando medidas que fomenten el comercio internacional en igualdad de condiciones y evitando la exportación de armas y de bienes a precios subvencionados que ciegan las fuentes de riqueza locales.

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