Desde que se produjo el desplome de los regímenes comunistas de Europa Central y Oriental, se ha acentuado la orfandad ideológica en que vive la izquierda, en la que bien podría decirse que muchas fuerzas políticas y sociales han perdido la brújula y no encuentran mejor guía intelectual para respaldar su quehacer que un pragmatismo romo, que lo que en realidad esconde es la carencia de ideas compatibles con principios verdaderamente progresistas.
Aun cuando el fenómeno es de ámbito mundial, por razones de espacio examinaré solamente sus manifestaciones en España, donde se observan características tan contradictorias como las siguientes:
1. Los sindicatos presionan a las autoridades y llegan a erigirse en salvadores de empresas en crisis frente a la Administración. No se pretende, como pudiera pensarse, la mejora de la productividad o la cogestión, ni ofrecer fórmulas que comprometan la armonización de los legítimos intereses de los trabajadores con la viabilidad empresarial, sino lisa y llanamente, que se concedan subvenciones a fondo perdido, a cargo de los contribuyentes, como premio a la ineficiencia. Pasar de la lucha sindical clásica por la obtención de mejoras laborales a hacer causa común con los patronos para asegurarles sus beneficios, es un salto mortal sin red. Si Marx y Pablo Iglesias levantaran la cabeza se morirían de nuevo del susto. El decreto sobre el carbón que obliga a las empresas eléctricas a consumir hulla de producción nacional, de peor calidad que la importada, ejemplifica lo expuesto,
2. Empresarios y trabajadores exigen el mantenimiento de empresas públicas deficitarias a cargo del erario público, y simultáneamente la reducción del déficit presupuestario y la rebaja de impuestos. Como se ve, la lógica y la racionalidad brillan por su ausencia.
3. La CEOE reclama la reducción de la cuota patronal de la seguridad social, el incremento de incentivos a la producción en forma de ayudas y una menor presión fiscal, o sea, la cuadratura del círculo.
4. Por su parte, el PSOE, en el Gobierno, olvida sus principios fundamentales y sus ideales por los que lucharon los fundadores, y privatiza cuanto está a su alcance y rebaja o suprime impuestos directos (IRPF, Patrimonio, Transmisiones) argumentando en tiempos distintos que tan de izquierda es incrementar como rebajar impuestos. Se defiende lo uno y su contrario.
En tiempos no lejanos esta ideología sirvió para dar cobertura legal a operaciones espurias, conocidas como “socialización de pérdidas”, consistentes en traspasar al INI (Instituto Nacional de Industria) empresas privadas en quiebra –como muestra elocuente, recuérdese el caso paradigmático de HUNOSA- de lo que en Vigo hemos conocido ejemplos notorios (empresa Alvarez, entre otras). Es a todas luces injusto y contradictorio cargar al sector público con empresas inviables y sostener después que su gestión es ineficiente, y es inadmisible postular la máxima libertad de la iniciativa privada cuando el viento sopla a favor, y clamar por ayudas estatales en tiempos de vacas flacas. La esencia de la empresa privada es su capacidad para asumir riesgos, y solo en su virtud se justifica la ganancia. El empresario es una especie de profeta que gana cuando acierta en sus predicciones, y puede arruinarse si se equivoca. Eliminar el riesgo empresarial sería tanto como privar al empresario de su razón de ser.
Inversamente, no es de recibo que el gobierno socialista haga almoneda de empresas públicas, saneándolas previamente con recursos presupuestarios para devolverlas a la iniciativa privada. Curiosamente, algo similar representa el decreto ley que regula la recapitalización de las cajas de ahorro. En él se dispone que aquellas entidades que no puedan alcanzar el “core” capital mínimo (reservas, porque dichas financieras no disponen de capital propio) serán nacionalizadas temporalmente inyectándoles fondos públicos para ser vendidas después, previsiblemente, a un banco. Es una claudicación ideológica renunciar a la transformación de la sociedad, asumiendo la defensa de los más débiles y desamparados que proliferan bajo la libertad de la oferta y la demanda, y equivale a traicionar los postulados en que se asienta el ideal de la izquierda.
Para muchos es una verdad inconclusa el fracaso de la economía planificada por el Estado, pero su daltonismo ideológico les impide ver las crisis recurrentes del capitalismo salvaje y sus estragos. La falta de ideas claras explica que los partidos de izquierda se muevan en un mar de confusiones y se rijan por un cóctel de liberalismo e intervencionismo, libre competencia y dominio de mercados, libertad de mercado y proteccionismo, como si fuera posible mezclar el agua y el aceite. Si el llamado socialismo real defraudó por sus resultados, tampoco el capitalismo liberal es la solución a los problemas sociales y medioambientales, y si ha pervivido desde los tiempos de Adam Smith, se debe a su camaleonismo, puesto que el que conocemos se parece muy poco al antiguo “laissez faire, laissez passer”. De lo que se deduce que si no aparece un Keynes que lo renueve, tendrá que surgir un Marx que lo destruya.
Aun cuando el fenómeno es de ámbito mundial, por razones de espacio examinaré solamente sus manifestaciones en España, donde se observan características tan contradictorias como las siguientes:
1. Los sindicatos presionan a las autoridades y llegan a erigirse en salvadores de empresas en crisis frente a la Administración. No se pretende, como pudiera pensarse, la mejora de la productividad o la cogestión, ni ofrecer fórmulas que comprometan la armonización de los legítimos intereses de los trabajadores con la viabilidad empresarial, sino lisa y llanamente, que se concedan subvenciones a fondo perdido, a cargo de los contribuyentes, como premio a la ineficiencia. Pasar de la lucha sindical clásica por la obtención de mejoras laborales a hacer causa común con los patronos para asegurarles sus beneficios, es un salto mortal sin red. Si Marx y Pablo Iglesias levantaran la cabeza se morirían de nuevo del susto. El decreto sobre el carbón que obliga a las empresas eléctricas a consumir hulla de producción nacional, de peor calidad que la importada, ejemplifica lo expuesto,
2. Empresarios y trabajadores exigen el mantenimiento de empresas públicas deficitarias a cargo del erario público, y simultáneamente la reducción del déficit presupuestario y la rebaja de impuestos. Como se ve, la lógica y la racionalidad brillan por su ausencia.
3. La CEOE reclama la reducción de la cuota patronal de la seguridad social, el incremento de incentivos a la producción en forma de ayudas y una menor presión fiscal, o sea, la cuadratura del círculo.
4. Por su parte, el PSOE, en el Gobierno, olvida sus principios fundamentales y sus ideales por los que lucharon los fundadores, y privatiza cuanto está a su alcance y rebaja o suprime impuestos directos (IRPF, Patrimonio, Transmisiones) argumentando en tiempos distintos que tan de izquierda es incrementar como rebajar impuestos. Se defiende lo uno y su contrario.
En tiempos no lejanos esta ideología sirvió para dar cobertura legal a operaciones espurias, conocidas como “socialización de pérdidas”, consistentes en traspasar al INI (Instituto Nacional de Industria) empresas privadas en quiebra –como muestra elocuente, recuérdese el caso paradigmático de HUNOSA- de lo que en Vigo hemos conocido ejemplos notorios (empresa Alvarez, entre otras). Es a todas luces injusto y contradictorio cargar al sector público con empresas inviables y sostener después que su gestión es ineficiente, y es inadmisible postular la máxima libertad de la iniciativa privada cuando el viento sopla a favor, y clamar por ayudas estatales en tiempos de vacas flacas. La esencia de la empresa privada es su capacidad para asumir riesgos, y solo en su virtud se justifica la ganancia. El empresario es una especie de profeta que gana cuando acierta en sus predicciones, y puede arruinarse si se equivoca. Eliminar el riesgo empresarial sería tanto como privar al empresario de su razón de ser.
Inversamente, no es de recibo que el gobierno socialista haga almoneda de empresas públicas, saneándolas previamente con recursos presupuestarios para devolverlas a la iniciativa privada. Curiosamente, algo similar representa el decreto ley que regula la recapitalización de las cajas de ahorro. En él se dispone que aquellas entidades que no puedan alcanzar el “core” capital mínimo (reservas, porque dichas financieras no disponen de capital propio) serán nacionalizadas temporalmente inyectándoles fondos públicos para ser vendidas después, previsiblemente, a un banco. Es una claudicación ideológica renunciar a la transformación de la sociedad, asumiendo la defensa de los más débiles y desamparados que proliferan bajo la libertad de la oferta y la demanda, y equivale a traicionar los postulados en que se asienta el ideal de la izquierda.
Para muchos es una verdad inconclusa el fracaso de la economía planificada por el Estado, pero su daltonismo ideológico les impide ver las crisis recurrentes del capitalismo salvaje y sus estragos. La falta de ideas claras explica que los partidos de izquierda se muevan en un mar de confusiones y se rijan por un cóctel de liberalismo e intervencionismo, libre competencia y dominio de mercados, libertad de mercado y proteccionismo, como si fuera posible mezclar el agua y el aceite. Si el llamado socialismo real defraudó por sus resultados, tampoco el capitalismo liberal es la solución a los problemas sociales y medioambientales, y si ha pervivido desde los tiempos de Adam Smith, se debe a su camaleonismo, puesto que el que conocemos se parece muy poco al antiguo “laissez faire, laissez passer”. De lo que se deduce que si no aparece un Keynes que lo renueve, tendrá que surgir un Marx que lo destruya.
3 comentarios:
Me parece acertado tu análisis sobre la pérdida de identidad de la izquierda, aunque como bien apuntas al final, la derecha también ha tenido que transformarse con el devenir de los tiempos, y de hecho pareciera que hoy en día ambas corrientes estén en la política real mucho más cerca de lo que lo estuvieron nunca en el pasado.
Noto también tu desaprobación respecto de las operaciones de salvamento que ejercita el partido gobernante cuando empresas otrora prósperas y boyantes pasan tiempos de escasez (“socialización de las pérdidas”). Sin embargo, no veo qué mal hay en ello (siempre que se trate de una intervención temporal) cuando el principal efecto de esa intervención es la conservación de cientos, quizá miles, de puestos de trabajo. El hecho de que con ello salga beneficiado también el empresario que en tiempo de vacas gordas acumuló riquezas (mientras creaba, por cierto, esos puestos de trabajo), no me parece que reste validez al objetivo principal.
Me parece acertado el enfoque ... en realidad hoy en día las ideologías parecen haber muerto o ser, cuando menos, intrascendentes. En cambio los partidos políticos siguen abanderando las supuestas ideologías que les correponden ... aún gobernando bajo otros auspicios, no los ideológicos. No creo que se deba gobernar desde la ideología puesto que considero que gobernar es gestionar y se debe gestionar siempre desde el criterio y los conocimientos técnicos y por el bien común; pero el problema actual estriba en que no se gobierna ni con ni sin la ideología ... se gobierna dando bandazos ... en función de la cercanía o no de las elecciones, es decir, de lo que da o quita votos y en función de las exigencias de nuestros socios europeos y americanos ... así no vamos bien.
Un abrazo y, como siempre, tanto desde la discrepancia como desde la coincidencia, un placer leerle Sr Pío.
Berta
Gracias por su amable comentario al que haré unas matizaciones.
Aunque no lo parezca, las ideologías siguen inspirando las decisiones políticas a la hora de resolver los problemas. Imagínese que un pueblo sólo tuviera una playa de dimensiones insuficientes para el disfrute simultáneo de todos los vecinos. ¿Qué solución se adoptaría? Es probable que un gobierno de izquierda se inclinase por por autorizar el acceso por turnos y un gobierno de derecha optase por poner precio, de modo que sólo pudieran acceder a la playa quienes pudieran satisfacer el precio de la entrada.
Este dilema se presenta cuando un gobierno aunque se dice de izquierda -por ejemplo, el que tenemos- implanta la selección de sacrificio por la crisis haciendo recaer el peso del ajuste sobre los más débiles, en lugar de aplicarlos con equidad en función de los medios de que se dispone.
Gracias nuevamente y un saludo
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