lunes, 28 de noviembre de 2016

Nuevos tipos de delincuencia



    Como un signo de los tiempos revueltos que nos ha tocado vivir, asistimos a un inacabado proceso de nuevas formas de delincuencia que originan  variaciones en la composición de la población penal.
    En épocas pretéritas la mayoría de los encarcelados lo era por  culpas contra la propiedad, pero en la nuestra, que tiene rasgos de anormalidad, sin que haya disminuido el número de ladrones se ven acompañados  por otros huéspedes (defraudadores, narcotraficantes, pederastas y uxoricidas (definidos por el DRAE como el que mata a su mujer),
    Dejando de lado a los demás, me referiré aquí y ahora a los crímenes de violencia de género que pueden culminar con el asesinato de su pareja, delitos que se cometen en todo el mundo  y que en nuestro país se repiten con aterradora frecuencia. Hoy, 25 de noviembre conmemoramos el Día contra  la Violencia Machista.
    Hasta hace unos cuantos años estos feminicidios no trascendían, se condolían los familiares, quedaban a veces impunes y se denominaban crímenes pasionales como si fueran consecuencia inevitable de la convivencia en matrimonio. Hoy se dan a la publicidad y conforman que avergüenzan a la sociedad.
    Para explicar la persistencia de estas conductas aberrantes quizás haya que recurrir al acelerado cambio social que  supuso la igualdad legal de ambos sexos, correspondida con la incapacidad  de no pocos hombres de desprenderse del machismo  y de asumir los nuevos roles familiares, sociales y laborales que conlleva la igualdad de derechos y deberes de quienes conviven en pareja. Sea cual fuere el desencadenante, nada justifica recurrir a la fuerza bruta como solución de cualquier problema.
    Es indudable que de la vida en común pueden surgir incomprensiones y discrepancias, pero si éstas superan el nivel de lo soportable, siempre queda el recurso de la separación o divorcio, formas civilizadas de resolver el conflicto cuando ambas partes no puedan vivir bajo el mismo techo.
    Preciso es reconocer que la violencia doméstica es un fenómeno complejo, y para conocerlo en profundidad creo que sería conveniente  el estudio en todas sus implicaciones, encomendado a una comisión de expertos (sociólogos, economistas, sicólogos, jueces y fiscales) que, establecidas las conclusiones del estudio, propondrían las oportunas medidas que mejorasen la eficacia de las que hasta ahora se han aplicado.
    Llama la atención que en numerosos casos el victimario se suicida, con lo que la tragedia se agranda y empeora la situación de los huérfanos que son las víctimas más indefensas e inocentes. Tal vez los siquiatras podrían decir algo al respecto.
    Lo que es de todo punto intolerable es la vejación, la humillación, el acoso, el abuso de la fuerza  bruta, y mucho menos la muerte alevosa de la parte más débil,  lo que es motivo de vergüenza ajena a quienes aborrecen el uso de la violencia que, afortunadamente, somos la inmensa mayoría.
    Solo aplausos merecen las reiteradas disposiciones legales  adoptadas  por los sucesivos Gobiernos sobre la materia. El problema reviste tal gravedad que se convierte en  una preocupación nacional, como lo fue anteriormente el terrorismo. Solo cabe lamentar que no se hubiese implementado antes y evitado  muchas de las víctimas que habiendo estado en peligro no contaron con la protección suficiente.
    Para que el estado de cosas mejore sustancialmente no bastará con la promulgación de leyes represivas y su correcta aplicación  por los jueces, incluyendo la dotación de medios necesarios para que el sistema sea operativo y eficaz. Habrá que comenzar por la educación en la escuela, haciendo hincapié en la Declaración Universal de los Derechos Humanos y fomentar el diálogo como medio de entendimiento, el respeto a los demás y la igualdad hombre mujer.
    El Estado debe acabar con la discriminación salarial de la mujer para conseguir su independencia económica, y la sociedad, por su parte, deberá condenar como un todo sin paliativos el machismo y la misoginia. En esta línea sería deseable que los hombres se sumaran a las manifestaciones de dolor y protesta junto con las mujeres. También sería de agradecer que la Iglesia condenase la violencia de género y excomulgase a los culpables como lo hace a quienes practican el aborto.

domingo, 20 de noviembre de 2016

El sentido de la vida



    Más pronto o más tarde, con mayor o menor insistencia, inevitablemente, aparecen y desaparecen una y otra vez de nuestra mente las preguntas de siempre que el ser humano se hace a sí mismo a sabiendas de no hallar las imposibles respuestas.
    Tal vez su primera reflexión debió versar sobre el destino y la justificación de su presencia en un mundo hostil, rodeado de peligros. Su don de inteligencia, único en la creación, al menos en un grado igual, debió hacerle pensar que su vida obedecería a un destino prefijado diseñado por su creador.
    A partir de ahí, presumiblemente comenzaría a interrogarse en busca de respuestas plausibles que aclarasen sus dudas, tales como ¿Cuál es mi razón de ser?, ¿cual es mi papel en el mundo?, ¿soy obra del azar o formo parte de un proyecto universal? Y si esto fuera así ¿cómo se justifica la muerte o la presencia del mal? Conociendo sus debilidades, añadiría: ¿por qué teniendo el uso de la razón sucumbimos tantas veces al imperio de los instintos?
    Su visión antropocéntrica de la creación le lleva a creer que todo existe en función de sus intereses y necesidades. Que las estrellas lucen en el firmamento para nuestro  deleite; que el sol brilla para alumbrarnos y calentarnos; que la misteriosa Selene luce en la noche para embellecerla y que las aves multicolores entonan sus melodías para recrear nuestros sentidos.
    La ciencia, en sucesivos asaltos se encargó de destronar al ser humano de su trono. Primero fue Nicolás Copérnico al descubrir que nuestro planeta no es el centro del universo sino una parte insignificante del mismo, después Charles Darwin nos dijo que  somos sino el resultado de la evolución natural de otras especies que no precedieron, y finalmente Sigmund Freud puso en cuestión nuestro libre albedrío al mostrar la influencia del inconsciente sobre nuestro comportamiento. Más recientemente, el conocimiento del genoma demostró que gran parte de nuestros genes son intercambiables con los de otros animales, y que el del chimpancé difiere del nuestro en poco más del 1%.
    Sería incoherente admitir que la vida humana tenga una finalidad preconcebida  sin aceptar que la tuviera todo el universo. Sin embargo, es imposible en ambos casos intuir un significado cognoscible. En el inmenso espacio en que se aloja como  una nonada, el universo no es la imagen del equilibrio perfecto sino un conjunto de astros inanimados sometido a la evolución sin sentido ni rumbo conocidos  A distancias siderales se suceden explosiones cósmicas que serían aterradoras, de ser audibles; galaxias menores son fagocitadas por otras de mayores dimensiones. En  ese universo violento es constante el nacimiento y muerte de estrellas que se transforman en quasares o agujeros negros, todo ello alejado del orden y armonía que soñó Newton. En el sistema solar en el que nos integramos, el astro rey que nos alumbra es una carbonera atómica que consume  su propio combustible y que un día muy lejano se convertirá en una enana blanca.
    En este universo ciego e indiferente a nuestros deseos y necesidades estamos condenados a vivir tal vez en soledad, ya que todo hace suponer que si en algún planeta lejano existieran otros seres inteligentes, estarían a tal distancia de nosotros que la comunicación con ellos estaría fuera de nuestras posibilidades. Resulta ilusoria, por tanto cualquier respuesta a nuestras llamadas. De ahí la responsabilidad que pesa sobre nosotros de organizar la convivencia de forma pacífica y ordenada y desarrollar el sentido de la unidad de especie, pues solo de otros seres humanos podemos esperar comprensión y ayuda para sobrellevar las adversidades que nos depara la vida.
    No sería coherente pensar que la vida humana tenga una finalidad sin admitir que estuviera integrada en el conjunto de la creación. ¿Qué sentido puede tener que unos animales sean más fuertes que otros y que los más débiles terminen en el estómago de los segundos?
    Escapa a nuestra comprensión tanto desorden en el cosmos y tanta injusticia entre los humanos. No se entiende qué justificación teleológica pueda amparar que el alimento de las personas dependa del sacrificio de otros seres. En este contexto es evidente que no podemos entender que exista alguna finalidad, tanto en la creación del universo como en nuestra presencia en él.
    Fallidos los intentos de obtener una respuesta lógica o filosófica, nos hemos refugiado en la religión como solución a nuestras dudas con sus verdades sostenidas en la fe, que según enseñaba el catecismo del padre Astete, consiste en creer lo que no vemos y que yo añadiría que tampoco entendemos.
    Las dudas de quienes buscan en la religión el sentido de sus vidas son inevitables, porque las religiones son numerosas y cada una reclama ser la única verdadera, y entre sí se llevan muy mal. La historia de las monoteístas está plagada de hechos opuestos a sus respectivas doctrinas, y ningún país en el que más se practiquen es modelo de convivencia ni dechado de las virtudes que predican.
    Ante la decepción de nuestra búsqueda de un sentido trascendente de la vida, uno siente la tentación de seguir el consejo de Antonio Machado:

                           En preguntar lo que sabes
                           el tiempo no has de perder…
                           Y a preguntas sin respuesta
                           ¿quién te podrá responder?     

    Empero, el deseo de llenar el vacío de nuestro conocimiento en cuestión que tanto nos atañe, es permanente e inextinguible. Quizás la única respuesta válida esté en nosotros mismos: que el principio y el final esté en ser felices haciendo felices a los demás. Descubriremos entonces que solo de los demás, vivos y muertos, hemos recibido cuanto tenemos y solo de ellos podemos esperar apoyo y consuelo a nuestro infortunio.
    De todo ello parece inexcusable concluir que la única respuesta plausible a nuestra eterna pregunta es la interdependencia de los seres humanos en su peregrinar. Fuera de las relaciones con los demás, nuestra vida carece de sentido.
    Si esta idea se interiorizase en el subconsciente de las personas, y en consecuencia se abriera paso el amor a los semejantes, cabría la esperanza de una edad de oro de la humanidad en la que, antepondríamos el tú al yo como pedía Cervantes. Viviríamos entonces en un mundo bien distinto del que ahora tenemos y la Arcadia feliz dejaría de ser una utopía.

lunes, 14 de noviembre de 2016

Balance de una legislatura



    Estamos habituados a escuchar a Rajoy, y repetido hasta la saciedad por sus portavoces, que el éxito ha coronado las políticas implementadas por su Gobierno en la pasada legislatura para revertir los efectos de la crisis.
    Es cierto que al iniciar su mandato en 2012 se encontró con muchas dificultades, si bien, como el objetivo era acceder al poder, durante la campaña electoral prometió vencerlas como quien dice en un plis plas. Es cierto también que a finales de 2016 se aprecian datos macroeconómicos favorables. Lo son la disminución del desempleo desde el 27% al 19%, el crecimiento de las exportaciones, el aumento del turismo, la recuperación del PIB al 3,2% en 2015 y en torno al 3% en el año siguiente.
    Estos logros parciales se vieron favorecidos por factores externos circunstanciales, como la devaluación del euro, el incremento de la demanda europea, la bajada de los tipos de interés, la compra de bonos por el Banco Central Europeo a partir de julio de 2012, el hundimiento de los precios del petróleo y la inseguridad de los países del sur del Mediterráneo que desvió a muchos turistas a nuestro país.
    Al ganar las elecciones de 2011 por mayoría absoluta, el nuevo Gobierno se enfrentó a una penosa situación económica que bautizó como la herencia socialista. Cualquier problema suele tener más de una solución  y en este caso la solución lleva implícita sobre quien recaerán las consecuencias. No es lo mismo aumentar el IRPF que el IVA y, en general, poner el acento en los impuestos directos o los indirectos.
    La opción escogida por el Gobierno determinó que los costes de la crisis  fueran  especialmente duros para los trabajadores y la clase media baja a través de una serie de políticas discriminatorias como las siguientes: a) reforma laboral que amplió las causas de despido, abarató la indemnización de 33 días por año de servicio a 20 y antepuso el convenio de empresa al de rama productiva; b) subida del IVA del 18% al 21%; c) reducción de plantillas en los servicios de sanidad y educación; d) congelación de las ayudas a la dependencia; e) restricción en la concesión de becas; f)  recortes en I+D; y congelación del salario mínimo. El conjunto de medidas supuso una severa devaluación salarial y un notable empeoramiento de las condiciones laborales.
    Por el contrario, las clases mejor dotadas no se vieron afectadas por  los recortes de los servicios básicos así como por la supresión del impuesto  sobre el patrimonio y el de transmisiones, este último reducido o eliminado  en varias comunidades autónomas. Al mismo tiempo, el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, se sacó de la manga una amnistía fiscal que permitió lavar cuentas de evasores en paraísos fiscales, mediante el pago del 3% de los depósitos declarados. En la misma línea de protección a los más pudientes, los ingresos de altos directivos y consejeros empresariales se mantuvieron íntegros  o se incrementaron, y en el caso de las empresas financieras, -que provocaron o agravaron la crisis soportada por los contribuyentes de 53.000 millones de euros- mantuvieron sus puestos  o fueron despedidos  con pensiones e indemnizaciones de fábula.
    El giro de la política económica se inspiró en la ideología del partido gobernante. Ello explica, por ejemplo,  que mientras la reforma laboral, lesiva para los trabajadores, fue aprobada en los primeros seis meses de gobierno, en tanto la reforma fiscal entró en vigor en 2015 y 2016 con rebajas impositivas  a la vista de las elecciones que tuvieron lugar el 20 de diciembre del  primero de dichos años. La rebaja  concedida a las  bases impositivas de menor importe  fue insignificante, para las rentas más altas el beneficio fue muy significativo. La menor recaudación resultante  motivó que no fuese cumplido el límite previsto del déficit, igual que había ocurrido en los tres años anteriores.
    Esta política diferenciada dio como resultado el aumento del número de millonarios y también el de pobres con especial incidencia en la población infantil. No me extenderé más en detalles de las consecuencias de la austeridad impuesta, por no alargar el texto.
    A lo largo de toda la legislatura, el Gobierno navegó sobre una ola de corrupción con promesas sobre promesas que no se vieron avaladas por los hechos. Es verdad que los escándalos no respetaron a ninguna formación política pero las del PP superaron todas las marcas y contaminaron a figuras clave, todavía pendientes de juicio. Con este panorama socioeconómico el nuevo Gobierno inicia sus tareas con la promesa repetida  de ser guardián de la decencia, sin convencer a nadie  de que tal propósito sea realidad. Sobre todo después de haber ganado las dos últimas elecciones, cual si las aguas del Jordán le hubiesen exonerado de toda culpa revistiéndolo de plena legitimidad.

lunes, 7 de noviembre de 2016

Tiempos de cambio



     Evolucionar es una constante del universo y nada puede impedir que así sea. Lo expresó bellamente Antonio  Machado en dos versos del poema  “A orillas del Duero”: Todo se mueve, fluye, discurre o gira / cambian la mar, el monte y el ojo que lo mira. Las distintas épocas han experimentado  transformaciones más o menos radicales, pero la presente tiene la singularidad de que en ella se suceden los cambios con una frecuencia inusitada.
    Estamos inmersos en una revolución social permanente, pacífica y silenciosa que nos depara frecuentes novedades y ha alterado nuestra  forma de vida, sin saber a donde puede llevarnos. La mayor velocidad del ritmo puede datarse alrededor de 1968, sin olvidar que sus fundamentos  arrancan de tiempo atrás, y de manera especial, de la posguerra de 1945.
    Quienes hemos acumulado muchos inviernos  y miramos en derredor, nos asombramos de la cantidad y profundidad  de los cambios sobrevenidos, de modo que al comentarlos con nuestros nietos les parece que hablamos de un mundo inexistente creado por nuestra imaginación. Cuesta creer que otro tanto sentirán ellos sin que pasen muchos años, dado que la velocidad con que se producen será cada vez más acelerada.
    Desde el punto de vista demográfico tenemos una esperanza de vida al nacer que pasó de 35años a principios del siglo pasado a 82 ahora, cifra que  se supera año tras año. La natalidad, que antes fue de 36 nacimientos por cada mil habitantes bajó la tasa a 12. En consecuencia, el crecimiento natural  de la población es negativo sin que ofrezca expectativas de revertir la tendencia, al haber variado las condiciones socioeconómicas. Otro aspecto reseñable es la disminución de la población activa y el crecimiento  del censo urbano, con el despoblamiento de gran parte del territorio. Cambia la estratificación social,  cambia  la densidad y aumenta el tamaño de las ciudades que a su vez originan más problemas urbanos, como el paro inducido por la automatización y la digitalización de la economía, y la seguridad.
    Uno de los signos más evidentes de la evolución social en Occidente es el reconocimiento de los derechos de la mujer a la igualdad con el hombre. En el recorrido se han quemado muchas etapas, pero aun faltan por recorrer otras para llegar a la meta de una auténtica igualdad.
    En el mundo del entretenimiento, las formas varían con frecuencia. El toreo va de capa caída y hoy priman los espectáculos multitudinarios de los que son ejemplo los partidos de fútbol, un deporte inventado por los británicos en el siglo XIX que se ha extendido como una mancha de aceite a numerosos países, y los conciertos de cantantes de moda que reúnen decenas de miles de espectadores, “fans” como ahora se les llama. Marcar goles y editar discos se han revelado como la fórmula mágica para conseguir fama y fortuna en poco tiempo.
    Adivinar el futuro de los movimientos sociales es una tentación que a menudo acomete a quienes analizan las tendencias que muy pocos aciertan debido a la complejidad de los factores que intervienen. La realidad suele desmentir a los que aspiran a ser profetas. Solo hay una predicción que tiene todas las probabilidades de cumplirse: que el mundo seguirá cambiando a velocidad creciente y se agrandará el desfase  entre las generaciones  por insuficiente adaptación  a los nuevos escenarios. Toda una enorme tarea para sociólogos.